Un repaso a la historia, vida y tradiciones de nuestros antepasados.

lunes, 31 de mayo de 2021

La primera vacunación en Torrecilla en Cameros (1804)


En esta nueva entrada de torrecillacameros.blogspot.com no pretendemos hacer un extenso tratado sobre la salud pública en Torrecilla en Cameros a lo largo de los siglos, que bien daría para muchos y muy diversos temas y momentos. Podríamos hablar de epidemias, medidas sanitarias implementadas en cada caso, vida y obra de los profesionales médicos en cada momento o de los escasos, y muchas veces ineficaces medios sanitarios con los que contaba el Ayuntamiento de turno

Las diversas epidemias fueron en Torrecilla recurrentes como en el resto de localidades en cualquier época. Con anterioridad al siglo XVI es difícil precisar fechas y enfermedades por escasear las fuentes escritas y más aún, escasez de una medicina fiable que la mayoría de las veces daba ciertos nombres recurrentes a enfermedades diversas con similares síntomas. Así no faltan las veces que en los archivos se habla de la genérica peste cuando una epidemia azotaba alguna localidad. Recordemos que la célebre peste negra que a partir de 1347 y en apenas cinco años acabó con entre el 30 a 60% de la población europea según diversas fuentes, poco tenía que ver con otras pestes históricas. Sirva de ejemplo la denominada peste antonina que asoló el Imperio Romano de Marco Aurelio entre el 165-180 y que por la descripción de los síntomas que hizo el médico Galeno, bien pudiera ser viruela o sarampión. También la peste ateniense que en el apogeo de Atenas, acabó con su preponderancia y con la vida del mismo Pericles y que estudios recientes atribuyen a fiebre tifoidea.

Es a partir del siglo XVI cuando comienza a haber noticias escritas en los archivos torrecillanos sobre diversos episodios epidémicos. Sin duda la primer y mejor documentada es la peste de 1599-1600 que llegó como otras epidemias procedente de Francia a través de la ruta jacobea, fuente de tránsito de individuos, siendo las localidades más afectadas la del valle del Ebro. Durante años se sucederían episodios recurrentes de viruela, sarampión, tifus, cólera, gripe y muchas otras que a buen seguro no se identificaron correctamente o se atribuían  a alguna de las habituales de la zona.

Pero no vamos a hacer una disertación de cada una de ellas o como las afrontó la villa y sus gentes ya que como hemos dicho, no es ese el objeto de esta entrada. En la mayoría de las veces la ciencia médica y los recursos materiales eran nulos o escasos. Valga como ejemplo lo que se decía en el diario La Rioja el 5 de octubre de 1918 con motivo de la epidemia de gripe que asolaba el mundo por aquellas fechas: “Más que evitar el contagio, si bien no estará de más el aislamiento de las habitaciones, el aislamiento de enfermos y la desinfección de los locales públicos, dícese que es importante ponerse en disposición de soportar la enfermedad, lo que según recomiendan hoy, puede conseguirse con la sobriedad en la alimentación, la abstención o moderación en los placeres, el aireamiento y tranquilidad de ánimos. Con esto podrá el individuo, no preservarse del mal, sino de su gravedad mortífera”. Así que, la fortaleza personal y la mayor o menor fortuna, era la única medicina disponible.

En pleno siglo XXI pensábamos que el desarrollo científico-médico había llegado a su cumbre y que las epidemias de antaño eran cosa del pasado, pero la biología siempre nos sorprende. Inmersos como estamos en plena pandemia de Covid-19, nos sorprendió en un primer momento las medidas adoptadas en marzo de 2020 ante la incertidumbre que se abría. Palabras como confinamiento, distanciamiento social, prohibición de desplazamientos, cierres de municipios, nos sonaban como medidas drásticas, pero todas esas medidas no son nuevas. Durante siglos el aislamiento de enfermos en casas o en lazaretos extramuros, la prohibición de entrada en localidades de foráneos y hasta literalmente el tapiado de puertas en aquellas localidades que conservaban sus muralla medievales, fueron las medidas más usuales y que en gran medida no difieren mucho de las vistas en nuestros días. En este caso, estas medidas de distanciamiento han sido implementadas de otro modo y con la vista puesta en ganar tiempo confiando en que la ciencia hallase una vacuna y no simplemente en tratar de que el virus desaparezca naturalmente al no encontrar más huéspedes como antaño.

Y es este punto el que motiva este pequeño artículo que, arrancando a finales del siglo XVIII, pero sobre todo desde la segunda mitad del XX, diferencia la lucha contra muchas de estas enfermedades infecciosas: las vacunas.

A grandes rasgos, las vacunas no son más que una preparación dispuesta para inocularse en el paciente para generar una inmunidad adquirida frente a la enfermedad mediante la estimulación de la producción por el cuerpo receptor de los anticuerpos adecuados. De este modo, cuando el microorganismo causante de la enfermedad entra en el cuerpo éste se encuentra entrenado, preparado y dispuesto con los anticuerpos adecuados para identificarlo y derrotarlo. No vamos a hacer una disertación de tipos de vacunas y su funcionamiento, tan de moda estos días en los medios de comunicación.

Cuando, cómo y a quién se le ocurrió la idea de introducir algo en el cuerpo de un individuo sano para preparar su sistema inmunitario es difícil establecerlo existiendo varios antecedentes. Se comenta que en la China del siglo XV existía un procedimiento de insuflar nasalmente polvo de pústulas molidas de pacientes que habían pasado variantes leves de viruela. En la India se cubría a los niños con los ropajes de enfermos de viruela que estaban impregnadas de las secreciones de sus pústulas. En algunos lugares de África se practicaban incisiones en individuos sanos que se frotaban con la piel de los enfermos.

En 1721, la aristócrata, viajera y escritora inglesa Lady  Mary Montagu, informó a su regreso de uno de sus viajes que los turcos tenían la costumbre de inocularse con pus de la viruela. Pese a los inconvenientes y riesgos, pidió al doctor Charles Maitland que inoculase a su hija de dos años. Pese a no recibir buenas críticas el método fue extendiéndose y dándose a conocer entre los médicos.

El procedimiento consistía en practicar incisiones en la piel a una persona sana que nunca hubiera contraído la enfermedad a la que se le aplicaba el líquido de una pústula de viruela de otra persona levemente enferma o al final del proceso infeccioso. Esto por lo general conducía a un caso leve de viruela en el receptor que daría como resultado la protección de la persona contra la viruela por el resto de su vida. Desgraciadamente la técnica todavía no desarrollada científicamente a veces acababa con la vida del inoculado entre un 2-3% de los casos, pese a todo, muy por debajo del 20-30% de fallecimientos en los casos de viruela habitual.

Avanzaba el siglo XVIII con experimentos más o menos afortunados sobre la materia, siempre vinculados con la viruela por ser una de las peores y más frecuentes enfermedades que asolaban poblaciones enteras en episodios recurrentes. Sería el médico rural inglés Edward Jennner en 1796 el que definitivamente estableció las bases de la que ya podríamos denominar vacunación.

Edwar Jenner y la vacunación de un niño

En el medio rural existía una poco habitual variante de la viruela que afectaba al ganado vacuno menos virulenta que la humana. Sin embargo era contagiosa para los hombres a través del contacto con las pústulas en la piel de las vacas. Los granjeros y las recolectoras de leche que habían pasado la viruela vacuna pasaban una enfermedad leve y no se contagiaban con la variante humana.

Jenner tomó viruela bovina de la pústulas de la mano de la granjera Sarah Nelmes e inoculó el fluido mediante inyección en el brazo de un niño de ocho años, James Phipps que, como era de esperar, desarrolló infección de viruela bovina. Cuarenta y ocho días más tarde, después de que Phipps se hubiera recuperado completamente de la enfermedad, el doctor Jenner le inyectó al niño la viruela humana, sin que desarrollara síntomas de la enfermedad.​ Como la inoculación con la variante bovina era mucho más segura que la inoculación con viruela humana, que como hemos visto causaba entre un 2-3% de mortalidad en pacientes sanos, se prohibió esta última paulatinamente.

Pero quizás lo más innovador fue observar que los restos de este virus debilitado podía extraerse de nuevo, ya no de una vaca, sino del primer inoculado y transmitirlo a otros individuos en sucesivos procesos de vacunación. Obsérvese como con el transcurrir el tipo de ganado con el que habían partidos estos experimentos dio nombre a la sustancia, vacuna, y al proceso, vacunación.

El virus debilitado extraído de individuos enfermos tenía poca vida fuera del cuerpo así que se antojaba difícil su traslado a otras zonas para inocularlo en poblaciones distantes. Entre 1803 y 1806 se desarrolló, patrocinada por el propio rey Carlos VI, la denominada Real Expedición  Filantrópica de la Vacuna o también conocida como expedición Balmis, en honor del médico Francisco Javier Balmis que dirigía la expedición. El objetivo era que la nueva vacuna de la viruela alcanzase todos los rincones del imperio español en América y Filipinas. El cargamento, por denominarlos de alguna manera, eran 22 niños huérfanos y sanos en los que cada 8-10 días se pasaba el virus de uno a otro hasta llegar al destino. Pese a lo que pueda parecer  el trato con ellos debía ser exquisito dado lo valiosos que llevaban consigo. La expedición regreso a España cumpliendo sus objetivos. El propio Edward Jenner escribiría sobre ella: “No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este.”

Recomiendo al lector que tenga tiempo que escuche cualquiera de estos dos audios sobre esta expedición para comprobar cómo, pese a su ya declive político y económico, España seguía en los puestos de honor de la ciencia.

-          https://www.ivoox.com/77-balmis-la-expedicion-vacuna-audios-mp3_rf_67945845_1.html

-          https://www.ivoox.com/reedicion-43-la-operacion-balmis-expedicion-audios-mp3_rf_49063986_1.html

Y si la falta de tiempo lo impide, el siguiente vídeo resume muy bien todo lo expuesto anteriormente.

-          https://www.youtube.com/watch?v=52PgHf5CIjY

¿Pero este blog no está dedicado a temas históricos de Torrecilla en Cameros?

Así es, y el objeto de toda esta larga introducción es comprender el contenido de una breve carta escrita por el médico torrecillano Juan López un 10 de octubre de 1804 y que mientras no se demuestre lo contrario, es quizás el primer proceso de vacunación que se dio en Torrecilla en Cameros.

Apenas una década después de los primeros resultados de Jenner y a la par que se estaba desarrollando la expedición Balmis, este anónimo y pionero doctor escribía carta al Memorial Literario, publicación periódica de ciencias y artes, relatando su experiencia pionera en procesos de vacunación, esta vez con el virus del sarampión. La carta en si no da muchos detalles pero se entiende perfectamente tras la lectura de todo lo anterior.  

Pongamos en valor como estos primitivos médicos, de forma temeraria o calculada, con sus escasos medios, ponían en riesgo sus vidas y las de sus familiares en pos del avance científico y la salvaguarda de la vida de sus conciudadanos. Y sirva también para poner en valor como los actuales sanitarios siguen con su deber moral, poniendo su esfuerzo, salud y vidas al servicio de todos nosotros.

¡Cuidémonos! ¡Cuidémoslos!

MEMORIAL LITERARIO

BIBLIOTECA PERIÓDICA DE CIENCIAS Y ARTES

NÚM. XXX

Octubre, día 30 (Año 1805). Cuarto trimestre.

 

H I G I E N E

Sres. Editores del Memorial Literario.

Muy Señores míos: el recíproco amor y solicito cuidado con que cada uno de los
hombres se halla estrechamente obligado a procurar la felicidad de sus semejantes, me mueve a suplicar a Vmds, se sirvan insertar en su Periódico (si lo tuvieran a bien) la observación siguiente:

Habiéndose manifestado en este año una epidemia de sarampión maligno, del que han muerto algunos párvulos, y puesto en grave peligro a los restantes, deseoso de evitar estas catástrofes, y animado de la práctica del célebre Home, inoculé a un hijo mío, de edad de cuatro años, y a otros varios de esta vecindad, y no habiendo prendido el virus sarampioso más que en dicho mi hijo, y en otro de Don Pedro Sáez; correspondieron los efectos a mis deseos, pues lo pasaron con la mayor sencillez. Espero de su bondad publiquen este ejemplo, para que sirva de estímulo a otros profesores en tales casos, y para observar si por este medio se pueden lograr los felices efectos que se han logrado con el descubrimiento de la inoculación y vacunación de las viruelas naturales por ser en ciertas circunstancias tan desoladoras, como lo han sido las últimas.

Salud y respeto, y B. S. M.

Licdo. Dn. Juan López.

Torrecilla Cameros y Octubre l0 de 1804