En entradas anteriores, habíamos dejado la narración de esta serie de artículos a comienzos del siglo XX con la totalidad del monte o Coto Redondo de Rivabellosa en manos de los hermanos Sáenz de Tejada Moreno y su primos Albarellos Sáenz de Tejada residentes entre Torrecilla y Viguera. Era la primera piedra para el futuro negocio que se gestaría en la década siguiente.
En esta nueva entrega veremos el origen del edificio de La Huesera en el que se instalará la fábrica de muebles curvados, que reparado y reconstruido varias veces, llegaría en funcionamiento hasta 1969. Nuevamente mediante herencias y compra-ventas, recalará en manos de Alejandro Sáenz de Tejada y su familia al mismo tiempo que adquiría el monte de Rivabellosa.
Con un monte del que proveerse de madera y un edificio en el que elaborarla, ya tenemos puestas las bases para las próximas entregas.
En la introducción sobre la evolución industrial en Torrecilla hasta el siglo XIX, hemos mencionado como desde la década de 1830 del siglo anterior venía funcionando en el sitio denominado El Maderón un próspero molino papelero propiedad de Diego Antonio Martínez de Pinillos con una diversificación de productos: papel, papelillos de fumar o naipes. Su aparente éxito hizo que otros dos acaudalados torrecillanos, Casimiro Sorzano y Manuel José Sáenz de Tejada, decidieran asociarse y emprender el mismo camino pocos años más tarde.
El 31 de mayo de 1839, Casimiro Sorzano compra por 8.000 reales a Julián de Soto y González de Andía, presbítero beneficiado parroquial y poseedor del mayorazgo de San Lázaro, “todo el terreno roturado e inculto que le corresponde en posesión y propiedad titulado de La Huesera situado en esta villa y su jurisdicción, lindante a oriente y el medio día con el río de la Yregua y terreno de este común de vecinos en el que tiene unos álamos su tío el presbítero don Cleto de Soto llamada la chopera de San Lázaro y a poniente con el camino Real que dirige al Puente de Los Pradillos.” Este terreno incluía en la venta el derecho de uso de la acequia que conducía las aguas desde la ermita de San Lázaro.
Julián de Soto pone varias condiciones a la venta del terreno. En primer lugar, no podrán construir parador o posada alguna que pueda perjudicar en lo sucesivo a la casa que al frente de San Lázaro corresponde a su Mayorazgo. En segundo lugar, se debía respetar el derecho de paso de agua por esos terrenos, que junto con las provenientes del río Regatillo, y por 40 reales anuales, se había concedido a Felipe Giménez y Compañía para accionar la maquinaria que poseía en terreno próximo compuesta por una emborradera y letera.
Nos vamos a detener un instante en la pequeña acequia, fundamental para el desarrollo de este molino de papel, y que ampliada, mejorada y modernizada, lo será también para la industria de muebles que se instalará en el edifico en el futuro.
Desde que se iniciara la mecanización de la industria textil, el agua se había convertido en un bien necesario para accionar todo tipo de maquinaria. Las nuevas instalaciones se iban ubicando en los márgenes de los ríos Iregua, San Pedro o Campillo. Abundan en el Archivo Municipal y Provincial referencias a multitud de pleitos que se interponían unos empresarios contra otros por el uso y disfrute de dichas aguas. Éste no iba a ser un caso diferente pese a que aparentemente todo quedaba claro en la escritura de compra del terreno.
Con un monte del que proveerse de madera y un edificio en el que elaborarla, ya tenemos puestas las bases para las próximas entregas.
Artículos publicados hasta la fecha:
IV - LA FÁBRICA DE LA HUESERA
En la introducción sobre la evolución industrial en Torrecilla hasta el siglo XIX, hemos mencionado como desde la década de 1830 del siglo anterior venía funcionando en el sitio denominado El Maderón un próspero molino papelero propiedad de Diego Antonio Martínez de Pinillos con una diversificación de productos: papel, papelillos de fumar o naipes. Su aparente éxito hizo que otros dos acaudalados torrecillanos, Casimiro Sorzano y Manuel José Sáenz de Tejada, decidieran asociarse y emprender el mismo camino pocos años más tarde.
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Firmas de los dueños del molino de papel de La Huesera (1839) |
El 31 de mayo de 1839, Casimiro Sorzano compra por 8.000 reales a Julián de Soto y González de Andía, presbítero beneficiado parroquial y poseedor del mayorazgo de San Lázaro, “todo el terreno roturado e inculto que le corresponde en posesión y propiedad titulado de La Huesera situado en esta villa y su jurisdicción, lindante a oriente y el medio día con el río de la Yregua y terreno de este común de vecinos en el que tiene unos álamos su tío el presbítero don Cleto de Soto llamada la chopera de San Lázaro y a poniente con el camino Real que dirige al Puente de Los Pradillos.” Este terreno incluía en la venta el derecho de uso de la acequia que conducía las aguas desde la ermita de San Lázaro.
Julián de Soto pone varias condiciones a la venta del terreno. En primer lugar, no podrán construir parador o posada alguna que pueda perjudicar en lo sucesivo a la casa que al frente de San Lázaro corresponde a su Mayorazgo. En segundo lugar, se debía respetar el derecho de paso de agua por esos terrenos, que junto con las provenientes del río Regatillo, y por 40 reales anuales, se había concedido a Felipe Giménez y Compañía para accionar la maquinaria que poseía en terreno próximo compuesta por una emborradera y letera.
Nos vamos a detener un instante en la pequeña acequia, fundamental para el desarrollo de este molino de papel, y que ampliada, mejorada y modernizada, lo será también para la industria de muebles que se instalará en el edifico en el futuro.
Desde que se iniciara la mecanización de la industria textil, el agua se había convertido en un bien necesario para accionar todo tipo de maquinaria. Las nuevas instalaciones se iban ubicando en los márgenes de los ríos Iregua, San Pedro o Campillo. Abundan en el Archivo Municipal y Provincial referencias a multitud de pleitos que se interponían unos empresarios contra otros por el uso y disfrute de dichas aguas. Éste no iba a ser un caso diferente pese a que aparentemente todo quedaba claro en la escritura de compra del terreno.
De inmediato debieron comenzar
las obras de construcción de un ambicioso edificio por su tamaño e inversión
destinado a molino papelero lo que alentó los recelos de los que, aguas arriba
o abajo, utilizaban el agua del Iregua para mover sus máquinas. En apenas un
mes tras la compra del terreno empiezan los pleitos con tres de estos vecinos.
Solicitaron al Ayuntamiento les vendiese una estrecha franja de terreno por la que discurría dicha acequia de 2 varas de ancho por 223 de largo (aproximadamente 1,7 x 190 metros). Formado el oportuno expediente municipal e informada la Diputación Provincial, se les vendió y escrituró dicho terreno el 8 de julio. Para el día 19, Giménez y Compañía presentaban una demanda en el juzgado torrecillano esgrimiendo un papel privado al que el juzgado no da validez. El asunto llegará a finales de año hasta la Audiencia de Burgos siendo favorable a los nuevos dueños del terreno.
Pero al mismo tiempo que litigaban con los señores Giménez y Compañía, habían entablado pleito también con otro competidor por las aguas, y quizás más poderoso: el lavadero de lanas de los Manso de Velasco. En palabras de Diego Ochagavía en su Historia textil riojana (Logroño, 1957): “Don León Santiago Manso, que en 1839 poseía el Lavadero de Superunda temió que las aguas del Iregua, «que en temporadas se reducen a muy poco» se le mermasen hasta el punto de hacerlas insuficientes para «lavar y regar a gusto», aun reforzando la presa, con motivo de los partidores que, sobre la orilla opuesta, construían don Casimiro Sorzano y don Manuel José Sáenz de Tejada para una fábrica de papel. Se planteaba un problema, esencial para el propietario porque «sería un dolor que por un ebento de deterioro de las Cabañas y que no lucrase el edificio por dejar de ser lavadero, pudiesen atribuir que no siendo Lavadero no tenía el derecho al agua haciendo otro establecimiento en su lugar». Era, pues, preciso asegurar su preferencia, y convenir una transacción.”
En este caso el problema radicaba directamente en el punto de captación del agua en la misma presa de San Lázaro que según declaran los propietarios: “se hallan construyendo en el Rio Yregua sobre la acequia que conduce las aguas del lavadero del Señor Dn. León Santiago Manso, una presa cortada al mismo río, desde la risca que está bajo el camino del labadero y salida de las aguas del Molino de Vicente Barrón a la entrada de la acequia del Bergel inmediato a la Hermita de San Lázaro, para la conducción de las aguas a una Fábrica de papel que han proyectado edificar en el terreno de la Huesera de esta Jurisdicción”.
Al parecer la nueva presa estaba antes que la del lavadero de lanas de los Manso de Velasco. Se llegó a un acuerdo amistoso el 24 de julio por el cual reconocían la antigüedad y prioridad de los Manso para el uso del agua en su lavadero de lanas, para el riego de sus huertas y choperas limítrofes, y en caso de necesitar más, los dueños de la fábrica de papel habrían de desportillar la suya por el lado del molino de Barrón. De igual modo, que si por cualquier circunstancia un perito determinase el perjuicio para el lavadero, se obligaban a demoler su presa. Y por último, que si desaparecía el lavadero y se construía en su lugar otra instalación, ésta heredaría la preferencia en los derechos de aguas.
Resuelto amistosamente este asunto, aún quedaba pendiente el tercer pleito, esta vez con el molino harinero de Vicente Barrón que el 17 de julio había también denunciado judicialmente la obra. En este caso, el molino de harina tenía su toma y desagüe de agua antes de la presa en construcción. En este caso el juzgado atendió la solicitud de paralización de las obras, al menos, cautelarmente. Casi un año después, la fábrica de papel estaba casi levantada, ante la falta de mano de obra cualificada se había buscado en Alcoy (Valencia) a Vicente Abad como director, pero la presa seguía paralizada. El 22 de junio de 1840, solicitan se les permitiese la continuación de la obra previa la formalización de una fianza demolitoria para “si después de concluida la referida presa resultase perjuicio al molino harinero del Vicente Barrón demolerán dicha obra por su cuenta y riesgo.” Autorizada por el juzgado, se formaliza el 18 de julio por lo que por fin ya no hay impedimentos para la puesta en marcha del negocio.
Pero el asunto judicial con el molino de Vicente Barrón no se había zanjado. El 10 de octubre, en el transcurso del procedimiento se llega a un acuerdo amistoso nombrando un perito por cada parte. Básicamente se trata de asegurar el suministro y salida del agua del molino harinero mediante la realización de un malecón de piedra por cuenta de Sorzano y Tejada y una compuerta levadiza, quienes también se responsabilizan en todo momento de su mantenimiento.
Por otro lado, se comprometen a no elevar la presa por encima del nivel que tenía en esos momentos y se describe el curioso sistema que lo ha de atestiguar: “la presa no se podrá levantar más de lo que está en la actualidad según queda de marca en el malecón que confina con el camino de Logroño, cuya nivelación es el canto de una cruz picada en la misma pared del poniente de la casa del Mayorazgo que posee don Julián de Soto”. Quizás algún lector aventurero pueda dar con dicha cruz que debió estar grabada en la pared de la ermita de San Lázaro sobre el rio Iregua.
El acuerdo amistoso sigue con otra serie de requisitos, en los que básicamente se trata de que el desagüe del molino no se vea dificultado por el exceso de agua almacenada si se eleva la presa.
Se hace hincapié constantemente en este documento de acuerdo amistoso en reparaciones y reconstrucciones si el agua daña la estructura. Como veremos, era, y va a ser un problema recurrente en años posteriores con el que ya contaban los dueños.
Hay que tener en cuenta cuando hablamos de presa en esta época que no se trataba más que una simple estacada de madera y similares rellenada con cantos rodados, comúnmente conocidos como zampeado o en su riojanismo, zampiado. La fragilidad de estas construcciones hacía que con las fuertes avenidas que sufría el Iregua hubiesen de ser reparadas, sino reconstruidas totalmente, en muchas ocasiones. El problema lo solucionarán Manuel Pascual Salcedo y Álvaro de Gortazar, descendiente de los Manso de Velasco, en los años 30 con la actual presa de hormigón.
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Ermita y presa de San Lázaro Anuario de la Provincia de Logroño de 1915 |
Si nos hemos extendido en profundidad en ver como se hicieron acreedores de estos derechos es debido a que esta presa, el canal y las turbinas que en ella se instalarán van a ser fundamentales en los primeros años de la nueva fábrica de muebles para el accionamiento de su maquinaria. Sus promotores se preocuparan en años posteriores de legalizar judicialmente estos derechos de uso para evitar todos estos problemas de competencias en los aprovechamientos.
Regresando al edificio ya prácticamente construido, la obra y presupuesto del edificio debió ser de una importancia no vista hasta el momento. Se trataba de crear un ambicioso negocio desde la nada partiendo desde la misma compra del terreno. Sirva el siguiente memorial otorgado ante notario por el socio Manuel José Sáenz de Tejada a finales de 1840 para ver algunos detalles, entre ellos el gran presupuesto que manejaban.
Acababa de contraer matrimonio por tercera vez, tiene ya cinco hijos y quiere dejar aclaración notarial de la inversión que está haciendo, de sus propios bienes y de la herencia correspondiente a sus hijos menores que él administra, en la obra que está llevando a cabo en esos momentos. La transcribimos por ser bastante llamativa: “…de modo que entre éstos y aquel compusieron un capital de 280.326 reales y 7 maravedíes; cantidad que llegó a merecer su atención, concibiendo la idea de darla giro, ya porque podía producir en especulaciones, el interés capaz para sostenerse con su familia en su estado, regular y decente a su clase, y ya porque, dejándola sin dirección se hallaba continuamente expuesta a las vicisitudes consiguientes a las pasiones de aquellos hombres que producen en el mundo la inmoralidad, el vicio, y la holganza, de que por desgracia tenemos repetidos ejemplares. Que para salvar estos inconvenientes por su propio interés y por el de sus hijos menores, fijó su atención en la construcción de un edificio y fábrica de papel, que sobre un terreno no muy distante de su casa, lo consultó con ellos, y puso en ejecución su pensamiento considerándole que podía ser ventajoso ahora y en lo sucesivo…Que aunque todavía no estaba enteramente construida la obra, esperaba se lograse esto muy en breve…”
Pero el negocio que se prometía rentable visto el ejemplo del molino papelero de Pinillos y Vallejo en El Maderón, pronto dio muestras de no serlo tanto. Algo falló pronto con Vicente Abad, primer director contratado en mayo de 1840. Dejaba el cargo en enero de 1841en manos de un paisano suyo, Francisco Reig estipulándose las mismas condiciones. Tampoco iba a durar mucho en el cargo ya que para septiembre de año siguiente, es el torrecillano Francisco Torres el que asume la dirección del negocio.
Para 1844 fallece Manuel José Sáenz de Tejada dejando cinco herederos con el consiguiente problema de gestión derivado del mayor número de personas implicadas con sus propios intereses y negocios particulares. La sociedad “Sorzano y Sáenz de Tejada” que se había constituido en junio de 1841 continuó otra década en manos de los herederos hasta su disolución a comienzos de 1854, sin alcanzar una rentabilidad esperada. Se optó por la solución más sencilla a priori, el arrendamiento de la fábrica y su maquinaria para la explotación por un tercero. El 16 de marzo de 1854 se alquilaba a Juan Manuel Sorzano por tres años y en 6.000 reales cada uno. Concluido éste contrato, ya fallecido también Casimiro Sorzano, se alquila a Pedro Sorzano por cuatro años. El 10 de noviembre de 1861 vuelve a ser arrendado al mismo Pedro Sorzano por otros cuatro años y en 1.500 reales.
En este último contrato
ya son nueve los herederos y la renta anual ha bajado considerablemente, lo que
nos puede indicar lo poco rentable del negocio si lo comparamos con el capital
invertido en 1839, y la dificultad para recuperar la inversión. Una muestra más
del declive industrial generalizado en el que vivía la sierra riojana a finales
del XIX que ya hemos comentado.
En años posteriores el negocio de
fabricación de papel cesa por completo ante la nula rentabilidad. La
inexistencia de negocios que instalar en deja el edificio en una
situación de abandono. De la importancia del edificio, el mayor de esas
características, y su infrautilización, puede dar muestra el acuerdo del
Ayuntamiento el 17 de marzo de 1894 siendo alcalde de Torrecilla don José
Martínez de Pinillos.
Teniendo noticias de las
gestiones del Ministerio de la Guerra para comprar o alquilar en Granada un
edificio para la fabricación de telas para el Ejército, el pleno municipal
acordó: “proponer para este servicio la
fábrica que existe en esta localidad de la pertenencia de los señores Sorzano y
Tejada, y que reúne el salto de agua y demás condiciones suficientes para el
objeto que el Estado se propone”. A tal objeto se remitió carta a don
Práxedes Mateo-Sagasta, por entonces Presidente del Gobierno, para que
intermediara con el Ministro de la Guerra.
Decía el diario La Rioja el 29 de marzo: “Bien necesita Torrecilla el apoyo de los
poderes públicos y si no se ha extinguido en el señor Sagasta aquel sentimiento
que expresaba hace diez años al ver desiertos los alegres corrales y en
silencio las bulliciosas fábricas que le encantaban en sus primeros años, es
seguro que ha de apoyar al digno Ayuntamiento”. Añadimos estas palabras
puestas por La Rioja en boca de
Sagasta en aquella visita de septiembre de 1884 a su pueblo natal evocando sus
años de infancia, para poner nuevamente en valor la afirmación anterior de la
rampante decadencia industrial en la que se hallaba Torrecilla en la segunda
mitad del siglo XIX.
Ni siquiera, la influencia ante
todo un Presidente del Gobierno de la Nación debió ser suficiente ante los
muchos intereses que rodeaban estas concesiones estatales, siendo las gestiones
infructuosas en esta ocasión. El edificio permaneció en los siguientes años en
un estado de semiabandono.
Nuevamente, como en el caso de
Rivabellosa, herencias, matrimonios o compra-ventas, hacen que la propiedad se
divida y reconcentre de forma difícilmente narrable sin ser tediosa para el
lector de este artículo. De cualquier modo, una de esas partes recayó en Teresa
Castells Angulo, esposa de Alejandro Sáenz de Tejada, como sobrina y única
heredera de su tía Micaela Ángela Angulo Sáenz de Tejada, nieta del fundador
Manuel José Sáenz de Tejada.
El 20 de octubre de 1917 en la escritura de
aceptación de la herencia se describe el edificio como “… edificio sito en esta villa y término de la
Huesera, a los márgenes del rio Iregua, anteriormente destinado a la
fabricación de papel y en la actualidad a la fabricación de maderas con su
maquinaria y artefactos, acequia, derechos de aguas y demás agregados y
pertenecías señalado con el número 18. Consta de tres pisos incluso el firme,
titulado de los Señores Sorzano y Tejada, lindante por la derecha entrando en
él a la huerta de los herederos de don Casimiro Sorzano, por la izquierda a
terreno de servicio común a dicho edificio y al molino harinero de la misma
procedencia, y por detrás al camino que del Portillo de Concejo conduce al
ramal de esta villa que dirige a la carretera de Logroño a Soria”.
Tendremos ocasión en posteriores artículos de ver como la familia Sáenz de Tejada y Castells se van a hacer con la totalidad del edificio por compras o permutas, de tal modo que cuando arranque el proyecto más ambicioso de los que emprenderán en años venideros: la fábrica de muebles curvados, ya controlarán todo el edificio y la totalidad del monte de Rivabellosa, aún en copropiedad junto a sus primos.
Para ello aún falta un poco más. Dedicaré la próxima entrega a describir la Torrecilla de 1917, año en el que arranca al fin la historia de la Industria de la Madera en Torrecilla en Cameros.
David Pardo García
pardodavid77@yahoo.es
Tendremos ocasión en posteriores artículos de ver como la familia Sáenz de Tejada y Castells se van a hacer con la totalidad del edificio por compras o permutas, de tal modo que cuando arranque el proyecto más ambicioso de los que emprenderán en años venideros: la fábrica de muebles curvados, ya controlarán todo el edificio y la totalidad del monte de Rivabellosa, aún en copropiedad junto a sus primos.
Para ello aún falta un poco más. Dedicaré la próxima entrega a describir la Torrecilla de 1917, año en el que arranca al fin la historia de la Industria de la Madera en Torrecilla en Cameros.
David Pardo García
pardodavid77@yahoo.es
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