Al hilo del último artículo publicado sobre la emigración americana de la familia Ibarra-Munilla desde Torrecilla en Cameros, traemos transcrito íntegramente el artículo publicado por el diario La Rioja el 3 de junio de 1912.
En este extenso artículo se narra en primera persona como debió ser aquel proceso de emigración camerana en las décadas anteriores al gran fenómeno migratorio del cambio de siglo pasado (1880-1920). Sin duda es una narración idealizada, una más de las que sirvieron en aquellos momentos como reclamo y catalizador del enorme flujo migratorio que salió de los pueblos de la serranía riojana. Un fenómeno, el de la emigración, que si bien se había dado de forma natural y ordenada antaño, ahora tornaba tintes dramáticos.
La Rioja, de 3 de junio de 1912
Desde
Buenos Aires.
LOS CAMERANOS
El Diario Español, de Buenos Aires,
publica un hermoso número extraordinario con pliegos enteros dedicados a
diversas provincias de España. Entre ellos hay uno que trata de la provincia de
Logroño y especialmente de la Sierra Camerana. Esta última parte la
reproducimos a continuación:
La sierra de Cameros, más importante por
su masa que por su altura, se encuentra, como saben quiénes han saludado la
geografía de la península ibérica, en la parte meridional de la provincia de
Logroño. Constituye el partido judicial de Torrecilla. Tiene muchos pueblos y
aldeas, pero todos de escaso vecindario.
La emigración, una emigración consciente,
razonada, metódica, que no acrecienta el hambre, sino que responde a la
idiosincrasia de los serranos, a sus tradiciones de expansión, al instinto
aventurero que les empuja a desparramarse por las cinco partes del mundo,
impide que sus pequeñas poblaciones aumenten sus censos, según los progresos
regulares, dependientes de las cifras de la natalidad.
La sierra de Cameros está como aislada del
resto de la provincia. En la geografía étnica de España aparece tan
circunscripta y limitada como en la geografía física. Sus habitantes se parecen
poco a los riojanos de las tierras bajas, y menos aún a los sorianos que tienen
tan cerca. Sierra Cebollera, el macizo de Piqueras y el Serradero, la rodean
con sus altos picachos cubiertos de nieves, encerrándola y ofreciendo solamente
a sus moradores salidas estrechas y difíciles.
La comarca camerana, es pues, abrupta,
quebrada y montañosa. Su clima es frío, aunque muy sano. Hay en ella muchos
yermos, porque la tierra agradece poco el trabajo del hombre y se
muestra ingrata con quien le dedica su esfuerzo. Sin embargo, produce trigo,
centeno, semillas, legumbres, y sobre todo, muchas y magníficas patatas,
tubérculo que forma la base del alimento de los cameranos.
En los bosques de esta serranía, en los
robledales y encinares, en los “haídos” de hayas centenarias, si bien abundan
los lobos y jabalíes, hay veranos que harían –y hacen en ocasiones- las
delicias de los aficionados a la caza mayor.
Los pastos son sanos y abundantes. El
ganado vacuno, cabrío, bovino y de cerda vive y engorda a sus anchas en los
valles cameranos. Y esto no es de ahora. Los Archivos de la Asociación de
Ganaderos, donde son guardadas curiosas documentaciones relativas al célebre
Consejo de la Mesta, prueban que hace dos y tres siglos numerosas cabañas de
ganadería trashumante, con miles de merinas y otras especies lanares, iban
desde Extremadura a Cameros todos los veranos y regresaban a Cáceres, Badajoz y
comarcas de Béjar cuando empezaban a caer las primeras nieves. Recuerdos de
estas inmigraciones periódicas son los restos de muchos lavaderos de lanas y de
algunas rudimentarias manufacturas textiles que aún pueden ser vistas en
Ortigosa, Soto, Torrecilla y otros pueblos.
La región camerana, no obstante sus minas
de hierro, sus cristales de roca y su abundancia en aguas, no es muy rica. Así
lo reconocen sus habitantes, modelo de frugalidad, previsión y economía. Sin
embargo, en ella no hay miserables. Los mendigos son raros y casi nunca
proceden de alguna de las localidades del partido judicial. La causa de esto
hay que buscarla en la emigración inteligente a que aludo más arriba.
Es un hecho que todo camerano sabe leer,
escribir y contar. El analfabetismo fue hace mucho tiempo desterrado de esta
tierra. Los municipios cameranos se esfuerzan, siguiendo una tradición que
ninguno rompe, por que la enseñanza primaria sea lo más completa posible. No
obstante, no podrían lograr el milagro que supone el hecho de que todo niño
camerano mayor de diez años lea, escriba y conozca los principios elementales
de la ciencia del cálculo, sin no les ayudase la iniciativa privada con
fundaciones educativas que son orgullo de algunos pueblos.
Laguna, Soto, San Román y otras localidades,
poseen grupos escolares modernos costeados con esplendidez, obra de cameranos
ilustres, de emigrados como don José de la Cámara Moreno, que habiendo salido
pobre y desvalido de su patria chica, y habiendo conseguido tras muchos años de
rudísima batalla, triunfar en la vida y asegurarse la fortuna, se acordaron de
los compatricios, de los “paisanines” sin medios para procurarles una base de
cultura que les sirviera, el día de mañana, de arma de lucha, y dedicaron parte
de sus capitales a la instalación de centros de enseñanza, con edificios
propios, con material pedagógico de primer orden, con maestros capaces. Lo
mismo hacen los hermanos señores Sáenz, residentes en la Argentina.
Gracias a los esfuerzos de los Municipios,
y muy particularmente a las generosidades de cameranos opulentos y patriotas
como los citados, la emigración camerana es cada vez más apta y digna de
aprecio. Los muchachos que se van a Galicia, a Extremadura, a Andalucía a
Cataluña y a América no son crisálidas de aventurerillos, son capullos de
hombres ilustrados, conscientes, que no marchan a ciegas, que tienen un norte y
una orientación y un destino.
En pocos años estos emigrantes, cuyas
cualidades de adaptación son maravillosas, se abren paso en los medios más
extraños a los suyos familiares y pueblerinos, y vencen a las circunstancias y
sacan partido de los acontecimientos imprevistos y conquistan la soñada
posición independiente, suprema ilusión de su niñez y adolescencia.
En Logroño, un camerano viejo y rico a quien fui presentado y al que interrogué sobre las particularidades más características de la región donde naciera, me dijo:
“Hoy las cosas han cambiado mucho. Pero en
mis tiempos se emigraba de modo muy distinto. Cuando un muchachuelo cumplía los
trece años y el maestro de instrucción primaria certificaba que sabía leer,
escribir y contar, sus padres comenzaban a preocuparse de su suerte. No admitían
ni por un momento que el rapaz se quedara en la sierra. Destinábanle a la
emigración fructuosa que tantos beneficios ha hecho a la comarca. Y escribían
al tío, al primo, al amigo que se fuera veinte o treinta años antes, y del que
se sabía que había hecho fortuna, bien en el Mediodía de España, ya en la otra
banda del Océano.
Decíanle que era preciso buscara al muchacho
una colocación en alguna casa de comercio, fundada por cameranos, si era
posible. Invocaban la solidaridad que debe unir a los nacidos en una misma
tierra. Y rara vez no lograban el favor pedido.
Cuando llegaba la contestación favorable, la
familia reuníase en consejo. Eran necesarios diez, veinte, cincuenta duros,
según el punto a donde el muchacho debía ir. Y se ahorraba, se pedía prestado,
se vendía alguna tierrecilla, o algún pequeño prado o unas fanegas de trigo
guardado como oro en paño. Y se preparaba, de paso el equipo del emigrante.
Si el destino era en España, buscábase
“corsario” que debiese partir para la ciudad andaluza o extremeña y se le
confiaba al tierno vástago con el encargo expreso de entregarlo al patrón. Si
era América a donde había de marchar el chico, se le enviaba primeramente a un
puerto, en compañía de su padre o de alguna otra persona de peso y
responsabilidad.
Ordinariamente el arriero llevaba diez o
doce duros por el transporte del emigrante a su punto de destino. Había que
aguardar al principio del invierno y rara vez salía de la sierra con cada
“corsario” un muchacho solo. Reuníanse los rapaces de varios pueblos tras
largas despedidas, con sus correspondientes lágrimas, besos, abrazos,
exhortaciones y advertencias, buscaban a sus respectivos conductores y las
caravanas compuestas de mulos cargados de paquetes –generalmente de encargos
para cameranos residentes en las provincias del Oeste y del Sur de España-
poníanse en camino para el puerto de Piqueras.
La travesía de éste era siempre muy penosa y
demostraba a los muchachos que la nueva vida que comenzaban se anunciaba dura.
Las primeras nieves hacían difícil la entrada de las recuas en la provincia de
Soria. Hacía frío. Y los rapaces, mal abrigados con una capilla, marchaban animados
al lado de los mulos pensando en el porvenir, hacia el que caminaban, y recordando
cuanto habían oído de los triunfos de otros cameranos que salieran como ellos
de la sierra y que en países remotos lograran dominar la suerte, hacerla su
esclava y arrebatarle sus tesoros inagotables.
El viaje era largo y molesto. Comían en las
ventas poco y mal. Dormían sobre los fardos que componían la carga de los
mulos, o sobre los aparejos de éstos. Pasaban fríos, angustias, miserias. Pero
no se preocupaban de ello, porque eran ya caballeros de un ensueño vago que
tejía su velo con hilos de sol, porque una indomable voluntad y una risueña
esperanza les aguijoneaban empujándoles hacia el mañana hosco y cerrado y
misterioso como una esfinge.
Así marcharon de la sierra muchos cameranos
hoy ilustres y poderosos. De las estepas de Laguna, donde pastorearon en sus
primeros años, don Juan, don Martín y don Pablo Larios, salieron para Andalucía
a fundar la gran casa: la casa por antonomasia que ha reinado y reina en Málaga,
con sus prolongaciones de palacios, de fábricas y de ingenios de azúcar. De los
montes de Nieva salió igualmente el fundador de la casa naviera Sáenz de
Pinillos, famosa en Puerto Rico y Cuba, y cuya línea empieza a cimentarse en el
Plata. De Brieva, el pueblecillo que no conociera durante siglos más alumbrado
que las teas de pino, salieron Duro, el de la gran fábrica asturiana de la
Felguera, y Bayo, el banquero matritense. De Villamueva era Arenzaana, más
tarde compañero de Urquijo y título del Reino…
Recordaré, con permiso de usted, algunos
nombres de cameranos. De Lumbreras, si no me equivoco, era don Pedro Sáenz de
Codés, comerciante riquísimo de Valparaiso. De Nestares, el señor Montes, gran
registrero bonaerense; don Gonzalo Sáenz, iniciador y gran introductor de la
producción española en la Argentina. De Ortigosa don Simeón García, creador de
fuertes casas comerciales en Galicia. De Ortigosa también Riva, que tiene una
empresa de comisiones en Barcelona, y los Martínez, dueños de un gran comercio
en una ciudad chilena. De Rabanera proceden los opulentos Heredia y Gómez de
Málaga, y Teruel, establecidos en Sevilla. De Ajamil son Pablo Escolar, de
Madrid, y su sobrino, los Lafuente, comerciantes de Trinidad, en Cuba. De Muro
salieron los Ortiz, hoy peruanos millonarios, y los Lerdo, que dieron un
presidente a la República mejicana.
Como los Larios, proceden de Laguna, don
José de la Cámara Moreno, que se hizo rico en Méjico; los Gutiérrez de Rosario
de Santa Fe; los Benito, de Málaga; Quemada, de Buenos Aires; Domínguez, de
Cádiz; Jiménez sevillano de adopción. De Villoslada son Eladio Rodríguez, de
Madrid, y los Echeverría, de Granada. De Pajares, los Carnicero, también de
Granada, y de Almarza, los Arrieta, de Valparaiso.
Podría seguir citando, a docenas, cameranos ilustres que, saliendo pobres y niños de sus pueblecillos, lograron abrirse paso trabajando obstinadamente. ¡Cuántos habrá en la Argentina que debo limitarme a dejar representados por los citados! Y conste que no hablo de los que brillaron en la política, como Sagasta, o en la filosofía, como el padre Cámara, obispo de Salamanca. Me refiero exclusivamente a los que emigraron para dedicarse al comercio o a la industria.”
Seguramente, como digo, hay en la
Argentina muchos cameranos. Cuando lean este modesto artículo recordarán sus
nombres y sus valles, Camero Viejo y Camero Nuevo, el santuario de Valvanera,
el de Santa Cruz del Monte, las amenas y rocosas orillas del Tirón, el Oja, el
Najerilla, el Iregua, el Glera, el Cidacos y el Alhama, los bosques de hayas
seculares, los prados en que muchos de ellos pasarían largas horas en su niñez,
vigilando el ganado y pensando ya en la emigración decidida y resuelta, los
robledales y encinares donde en las noches de invierno, cuando cae la nieve,
rápida y muda, aúllan los lobos, las amplias y brumosas cocinas bien alumbradas
por el fuego de la chimenea, donde se tratara de su porvenir, en graves
consejos de familia.
Y al recordar todo esto convendrán conmigo
en que la emigración camerana no se parece a ninguna otra; en que es un
fenómeno perfectamente caracterizado, que obedece a razones de psicología
colectiva, condicionadas por la tradición y el ambiente.
La Rioja, de 3 de junio de 1912