Con anterioridad hemos visto una población en franco retroceso demográfico debido a la emigración americana e inmersa en una crisis económica con una agricultura y ganadería casi de subsistencia. Vimos como la antaño pujante industria textil serrana no había sabido adaptarse a los cambios acaecidos y había perdido su particular batalla con otras zonas peninsulares, especialmente Cataluña.
A nivel provincial, también se había librado y perdido otra batalla. Desde la creación de la Provincia de Logroño en 1833, las políticas regionales llevadas a cabo por la joven Diputación Provincial, habían primado la agricultura y sus industrias derivadas en el valle del Ebro frente a la ganadería tradicional de la sierra. Recordemos que la creación de la provincia de Logroño fue una reivindicación originaria de entes como la Real Sociedad Económica de Cosecheros de la Rioja Castellana formada a iniciativa de productores y elaboradores vitivinícolas del valle para dar respuesta a las necesidades de dar salida a sus productos hacia los mercados del norte mediante la construcción de viales, puentes y demás infraestructuras.
Para dar valor a estas afirmaciones y hacernos una idea clara de la situación de partida del negocio que nos ocupa, además de las palabras de Sagasta en 1884, haciendo notar el silencio de su Torrecilla natal al encontrar desiertos los corrales y cerradas la mayoría de las antaño bulliciosas fábricas de paños de su infancia, nada mejor que escucharlo de primera mano en boca de los contemporáneos. Podemos repasar brevemente lo que decían dos publicaciones editadas en aquellos años en los que se inicia la industria de la madera en Torrecilla.
En el Anuario de la Provincia de Logroño del año 1915 editado en Logroño por Hijos de Alesón-El Riojano se describía Torrecilla del siguiente modo:
”La villa de Torrecilla ha sido hasta época reciente población importante y riquísima, pero la decadencia de su antigua y floreciente industria ha detenido en gran parte su desarrollo, manteniéndola en estado estacionario, que es de esperar termine pronto para dar lugar al renacimiento de su antigua vida.
Tiene 1.182 habitantes de hecho y 1.257 de derecho. Las condiciones del terreno lo hace poco apto para el desarrollo de la agricultura, pues es montuoso en su mayor parte, produciendo cereales, legumbres y buenos pastos, que aprovecha numerosa ganadería. La industria es poco considerable y el comercio está reducido a la venta de los productos agrícolas y a la del ganado lanar y cabrío.”
En términos similares se expresa Luis Mahave Zarzosa en 1917, autor de la Geografía de La Rioja y editada en la imprenta de Santos Ochoa en Logroño:
“Villa con 1.182 habitantes, situada en las márgenes del Iregua y cruzada por la carretera general de Soria a Logroño. El aspecto general de esta región es montuoso, por lo que es poco apropiado para la agricultura; pero, sin embargo, produce algunas cantidades de cereales, legumbres y especialmente muy buenos pastos, con los que alimentar mucho ganado, particularmente el lanar, que es lo que constituye la riqueza de este país.
La industria se encuentra muy decaída, existiendo alguna fábrica de chocolates y embutidos. El comercio, en su importación como en exportación es casi nulo, limitándose a la venta de los productos agrícolas e industriales y a la compra y venta de ganado lanar y cabrío.”
Sin duda, los anteriores extractos literales reiteran en el declive de la antigua pujanza industrial, junto con el fenómeno migratorio mencionado, que por esas fechas estaba en un momento de pausa debido a la guerra mundial, son un buen resumen del estado del municipio esos años.
Esa situación de declive industrial en la economía de la villa se puede comprobar observando los datos que aporta el anuario de Estadística Industrial de la Provincia de Logroño de 1915 para ver la mínima influencia de la que, con muchas comillas y reparos, podríamos definir como industria en la segunda década del siglo XX.
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Son 41 personas, 25 hombres y 16 mujeres, las que se emplean en lo que esta estadística provincial encuadra como trabajo industrial en alguno de los ocho negocios enumerados. Para esos 1.182 vecinos con lo que contaba Torrecilla en 1915, se trata de un porcentaje ínfimo.
Otros tres datos podemos sacar de esta estadística: todos estos negocios se situaban cerca de los cauces fluviales para aprovechar su fuerza motriz en el movimiento de sus artefactos, la discriminación salarial entre hombres y mujeres, y la jornada laboral entre 10 y 11 horas.
Otro dato relevante pudiera ser comparar como se encuadra el trabajo industrial en Torrecilla con relación al resto de localidades de población similar que incluye esta Estadística Industrial de la Provincia de Logroño de 1915. Pero vamos a obviar esta compasión por no creer justo la equiparación con poblaciones con contextos históricos, geográficos, sociales y económicos distintos.
Si puede ser más justo y relevante echar un vistazo a las localidades próximas que formaban parte de su Partido Judicial, que aunque con distinto número de habitantes, con las que compartía en gran medida todos esos factores mencionados históricos, geográficos o sociales. El siguiente cuadro nos muestra un resumen del empleo industrial en las ocho villas de Los Cameros que incluye esta publicación aquel 1915 ordenadas por la cantidad de empleos industriales disponibles.
Esta estadística contabiliza 44 centros industriales en las 8 localidades que incluye empleando a un total de 312 personas con más del doble de hombres que mujeres.
Salta a la vista que Torrecilla, pese a ser la cabeza del Partido Judicial, no es la que más empleo industrial tiene. Ese lugar lo ocupa Ortigosa que mantiene todavía la pujanza de la industria de lana y paños que para esas fechas ya se ha extinguido en Torrecilla. Las dos fábricas de paños de Sucesores de Gabriel de La Riva y Navarrete Hermanos se mantienen abiertas y emplean a 115 personas (70 hombres y 45 mujeres).
En Villanueva se registran cuatro aserraderos de madera que emplean a 41 trabajadores y, aunque de menor dimensión, en Villoslada también existen otros cuatro aserraderos de madera. El pueblo de Soto también ha perdido la pujanza pañera de antaño y las pocas instalaciones dedicadas al mazapán y molinos de harina ocupan a 25 personas. En la vecina Nestares hay dos instalaciones, una de las cuales es el molino de cal del torrecillano Tomás Martínez, que emplea a 17 hombres.
Por todo ello, podemos dar por bueno las afirmaciones de las dos publicaciones mencionadas en las que textualmente se decía de Torrecilla que la floreciente industria ha detenido en gran parte su desarrollo, o que, la industria se encuentra muy decaída. Afirmación que bien se podía extender a la antigua industria pañera en la práctica totalidad de Los Cameros, que salvo en el caso de Ortigosa, ya ha desaparecido.
Pero, ¿a qué se dedicaba el resto de la población? Obviaremos el trabajo infantil, pues hasta los doce años los niños y niñas debían acudir a la escuela y no podían legalmente ejercer un trabajo remunerado, aunque mucho nos tememos que no era el caso en la mayoría de familias necesitadas. Del mismo modo, la mayoría de las mujeres se encontraban arrinconadas en el hogar dedicadas a las labores domésticas, cuidado de los niños y animales.
La mayoría de la población se dedicaba a tareas agrícolas y ganaderas trabajando sus propias tierras y escaso ganado familiar o vendiendo su jornal como bracero o pastor a los escasos grandes propietarios. Dadas las características del terreno, y la presión demográfica de una población importante en número, no nos equivocamos mucho si afirmamos que en la mayoría de las veces estas actividades serían casi de subsistencia.
Aunque la situación difiera algo con respecto a 1917, principalmente por la desaparición definitiva de la industria pañera, valga esta estadística de 1890 para ver las profesiones de los 342 cabezas de familia en Torrecilla:
Así por ejemplo, había cuatro tiendas de abacería o quincallería en las que se vendía de todo un poco: la de José Gutiez Gutiez, Juan Sorzano Ibarra, Tomás Martínez Lerdo y Daniel Ruiz Aduna. Cuatro bodegones propiedad de los hermanos Juan y Saturnino Sorzano Ibarra, Pablo Sáenz-López e Ildefonso Ruiz Martínez junto con los cafés del Círculo Católico de Obreros y el Casino Torrecillano que servían de punto de encuentro social y ocio, principalmente masculino.
Respecto a la alimentación, Miguel Barrutieta Murrieta y Manuel Romero Torres abastecían con sus carnicerías al pueblo. Torrecilla contaba con las dos panaderías de Tomás Martínez Lerdo y Celedonio Miró Ripollés, y dos hornos de los afamados bizcochos torrecillanos, el de Daniel Ruiz Aduna y el de Venancio Moreno Blasco. Panaderías y hornos se obtenían de la harina elaborada por los molinos ya mencionados de la familia Córdoba y la viuda de Isidoro Gil.
Cinco vecinos pagaban impuesto por el denominado carro amillarado, es decir, disponían de un carro, galera o dispositivo similar de tracción animal para el transporte de mercancías. Eran, Manuel Gáñez Miguel, Juan Sorzano Ibarra y su hermano Pedro, Ildefonso Ruiz Martínez y Simón Soba Sáenz-López. El estanco estaba regentado por Valentín Íñiguez. En el aspecto lúdico-medicinal y de veraneo, existían los baños de Rivalosbaños inscritos por entonces a nombre de Mercedes Nestares Ruiz y la casa de huéspedes de Concepción López.
Por supuesto existía una amplia gama de profesiones especializadas para dar servicio al pueblo y sus alrededores: carpinteros, albañiles, hojalatero, herrero, telegrafista; y otros para satisfacer las necesidades espirituales: sacerdote, coadjutores y sacristán. El zapatero Domingo Montes García y el alpargatero Emeterio Eguíluz, proveían de calzado.
El ser cabeza de su Partido Judicial permitía disponer de ciertas profesiones con remuneración pública total o parcialmente, en la mayoría de las ocasiones ocupadas por foráneos unas veces de paso en Torrecilla y otras echando raíces y familia. Estaba la farmacia de Vicente Blanco Barahona, el practicante y barbero José Lorenzo Más, el veterinario Canuto García Serrano, la notaría de Antonio Alaminos García, el juez municipal Francisco Castells García o el secretario Emilio Ayarza González. También residían en la villa los miembros del Juzgado de 1ª Instancia, el cuerpo de la Guardia Civil, el registrador de la propiedad y el personal de la cárcel del partido. El maestro de chicos era Ángel Navarro y de chicas, Ángeles Cotrina; aunque ambos partirían a nuevos destinos ese mismo año.
Existía servicio diario de automóviles y carruajes de Logroño a Villanueva con parada en Torrecilla a cargo de la compañia La Hispano Riojana. Desde Villoslada salía el coche a las 5 de la mañana para regresar desde el Café del Comercio de Logroño a las 13:30. El trayecto desde la capital provincial a Torrecilla costaba 1 peseta.
El suministro eléctrico de la villa, en exclusiva dedicado al alumbrado tanto público como privado, correspondía a la central hidroeléctrica de Barruelo propiedad de la compañía Romero y Ochoa que por esos años tenía instalada una turbina capaz de producir 16 kW de potencia. Fundada por el emprendedor torrecillano Doroteo Romero Palacio y el hermano de su cuñado, el logroñés Félix Ochoa Ulecia, inició su andadura en 1896. En 1915 acababa de asumir la parte del negocio familiar, Ricardo Romero Cabezón, tras la muerte de su padre dos años antes. Pronto dejará de tener el monopolio del novedoso negocio de la generación eléctrica al surgir como competidor la central que crearán los fundadores de la fábrica de muebles en el salto de agua de San Lázaro-La Huesera.
No nos vamos a extender más en describir como era Torrecilla en Cameros y sus gentes en 1917 más allá de los datos aquí expuestos. Cómo se cerró el círculo de los orígnes de la industria maderera ese año, será objeto del siguiente capítulo.
David Pardo García
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