ÍNDICE DE ARTÍCULOS: |
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VIII |
RECAPITULANDO
En el
artículo precedente vimos como uno de los tantos aserraderos que había en
varios municipios serranos, se convertía mediante una fuerte inversión
económica en lo que pretendía ser una importante fábrica de muebles curvados
bajo la denominación de “Sáenz de
Tejada, Camps y Santolalla, S.L.”.
Sin embargo, en apenas dos años de vida, la joven empresa creada por Alejandro
Sáenz de Tejada, Enrique Camps y Leopoldo Santaolalla, venía mostrado las
deficiencias en su funcionamiento lo que se traducía en una escasa rentabilidad.
Sobre el negocio recaía la pesada carga de las importantes deudas contraídas
para la instalación de una industria demasiado ambiciosa y unas deficiencias
estructurales de funcionamiento que se irán poniendo de manifiesto en años siguientes.
Todas
estas dificultades supusieron el abandono del proyecto de Enrique Camps y su
regreso a Bilbao tratando sin éxito de establecerse por su cuenta. Sin embargo,
los otros dos socios no desistirían en el negocio tratando de salvar la
inversión dando continuidad a la industria bajo la nueva denominación de “Sáenz de Tejada y Santaolalla, Sociedad
Limitada”. Esta prolongación de la primera fábrica de muebles, que no
llegará al año de vida, no aporta muchas noticias de interés más allá de los
trabajos que debió efectuar su principal accionista Alejandro Sáenz de Tejada
en busca de nuevos inversores. Pero antes de llegar a ello, aprovecharemos este
punto para tratar sobre algunos temas que han ido apareciendo en artículos
anteriores y que hemos ido dejando aparcados y que complementan y ayudan a
entender mejor este tipo de industrias. Entre estos temas que resulta obligado
a tratar, está sin duda el origen del mueble curvado y su expansión a finales
del siglo XIX y comienzos del XX.
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Operario de la fábrica de Luis Suay en Valencia montando una mecedora |
UNA
HISTORIA DE MUEBLES Y CARPINTEROS
Quizás
la palabra mueble nos lleve a engaño,
al pensar con la mentalidad actual en toda una amplia gama de ellos disponibles
en el mercado. Hoy tenemos muebles domésticos especializados para todo tipo de
estancias como dormitorios, salones, cocinas o baños. Además hay muebles para uso
profesional en tiendas, bares u oficinas. Cualquier catálogo de productos de la
empresa más modesta puede suponer la consulta de decenas de hojas llenas de
todo tipo de variantes, combinaciones, medidas, colores o acabados.
Cuando
el hombre se hizo sedentario y comenzó a edificar viviendas, sintió la
necesidad de llenar los huecos de sus casas con una serie de útiles que en su
nomadismo al abrigo de cuevas y refugios no había necesitado. La posibilidad de
acumular objetos, comida o vestuario le llevó a la necesidad de tener un lugar
donde almacenarlos. Disponer de un lugar fijo para tomar alimentos, llevó a la
necesidad de acomodar ese espacio. Tener un lugar seguro y confortable para
descansar, creo la necesidad de disponer de catres y luego camas. En
definitiva, fueron apareciendo los muebles, que pese a la etimología de la palabra
como bien movible, estaban pensados
más bien como objetos físicos fijos del hogar, principalmente de madera, que
dan servicio a las diversas necesidades humanas. En cada época y en cada lugar,
el hombre usó la madera más accesible para la fabricación de los muebles
domésticos que precisaba. Se usaba la madera disponible para el mueble común,
siendo las de exóticos y lejanos lugares sólo accesibles a las clases más
pudientes.
Centrándonos
en el ámbito geográfico que nos ocupa, pongámonos a mediados del siglo XIX en
una casa cualquiera de Torrecilla, más preocupados en donde trabajar ese día
para llevarse algo de comer a la boca que en donde sentarse para hacerlo. Igualmente
tampoco suponía mucha preocupación donde guardar las escasas y poco variadas
prendas de vestir con las que contaba cada individuo. Mis antepasados,
Francisco Sáenz-López y Catalina Martínez de Bartolomé fallecieron con cuatro
días de diferencia aquel junio de 1850, seguramente víctimas de alguna de
aquellas epidemias como sarampión o cólera que recurrentemente asolaban las
localidades por esas fechas. Se les puede considerar ciertamente afortunados al
poseer hasta dos casas en propiedad y diversas heredades rústicas, cuando la
mayoría de las familias vivían de alquiler o compartiendo la misma casa entre
varias. Es curioso observar el habitual inventario de bienes que se hace en la
tramitación de la herencia en el que se enumera absolutamente todo, desde lo
más valioso hasta lo que nos parece más insignificante para nosotros hoy en
día, pero que para ellos era de suma importancia.
Entre el amplio listado de bienes, se enumera el mobiliario de las dos casas así como el resto de enseres que dejan al fallecimiento. De la relación de bienes sacamos este extracto:
La suma
de los muebles asciende a 270 reales que nos muestran como el amueblamiento de
la casa no era uno de los asuntos de importancia en aquella Torrecilla de
mediados del XIX preocupada en aspectos más prácticos de la vida cotidiana.
Valgan como referencias algunos otros bienes del mismo inventario para comparar
la poca importancia de dichos enseres domésticos en contraposición con otros quizás
más útiles para el día a día familiar. Así por ejemplo, el valor de un cerdo,
quizás el bien más preciado del momento para el sustento familiar, supera el
conjunto de los muebles de dos casas.
Por
todo ello podemos afirmar que el mobiliario del hogar era algo superfluo. Era
escaso, se tenía el imprescindible para su uso, y aunque no era muy caro, se
debía considerar mejor invertir el poco dinero disponible en otros bienes
básicos más necesarios. La tipología debía ser escasa: camas para dormir, sillas
y mesas donde comer y reposar un rato antes de continuar con las tareas
diarias, arcones y baúles para guardar la ropa y alguna pequeña alhacena en la
cocina, todo ellos sin demasiado ornato y de maderas disponibles en la zona. En
la Torrecilla de mediados del siglo XIX, como en cualquier otro lugar y
momento, es de suponer que los miembros de las clases sociales más pudientes se
saliesen de este sencillo esquema con mayor cantidad y mejor calidad de sus muebles.
Pero a buen seguro, los de la mayoría de la población no debían tener ninguna
pretensión estética, siendo la más económicos, funcionales y sencillos posibles.
Su
fabricación era siempre artesanal y por encargo a uno de los carpinteros que no
faltaban en cualquier localidad por pequeña que esta fuera. Estos muebles se
heredaban generación tras generación mientras mantuviesen su funcionalidad, ya
que el factor “pasado de moda” o “no me gusta”, no entraba en la mentalidad de
la época.
En el
catastro del marqués de la Ensenada de 1752, en Torrecilla en Cameros hay tres
carpinteros entre las escasas personas no dedicadas a profesiones derivadas de
la industria lanera. Domingo Albándoz,
residente en el barrio de Campillo, y Francisco
Artabeitia, que posee en propiedad media casa tras la iglesia de San
Martín, declaran ambos ganancias por 700 reales anuales. Manuel de Idígoras, que vive a renta en el barrio de Palacio, se
declara del estado general aunque vizcaíno de nacimiento y declara una ganancia
de 800 reales anuales. Comparando sus declaraciones de ingresos con las de otras
profesiones en el mismo catastro, podemos ver que estaban bien pagados, por lo
que debía ser un trabajo un tanto cualificado y valorado.
Los
tres carpinteros tienen apellidos originarios de tierras vascas o navarras, y
los podemos situar en la habitual llegada de aquellas cuadrillas de
trabajadores especializados de los siglos XVII y XVIII provenientes principalmente
de Vizcaya. Maestros de obras, canteros, herreros y carpinteros, fueron
llegando en sucesivas oleadas al calor de la bonanza de las parroquias riojanas
que se afanaban por mejorar sus templos echando raíces en algunas de las
localidades en las que trabajaban. Trabajadores especializados que la mayor
parte de las veces aprendían el oficio en el seno familiar o puestos por sus
padres en manos de un maestro del oficio. Quizás los hermanos Gregorio y
Vicente Astola Olazabal, canteros vizcaínos, llegados a estas tierras a
mediados del XVIII desde el Duranguesado, sean el caso más cercano para alguno
de los lectores torrecillanos de este artículo.
Un
siglo después, a mediados del siglo XIX, podemos hacer una nueva relación de
los carpinteros que había en Torrecilla en Cameros a través de la contribución
territorial de 1852, En ese año trabajan
en Torrecilla nuevamente tres carpinteros, aunque ahora los apellidos son
sustancialmente distintos y más habituales entre la onomástica de Torrecilla. Estos
tres carpinteros de 1852 son: Lucas
Ibáñez, José Moreno y Manuel Viguera.
Avanzamos por el siglo XIX y finalizamos esta introducción por los carpinteros locales en el año 1890. La industria lanera está ya prácticamente extinta y ha dado paso a una mayor diversidad de oficios que en años precedentes. En el censo electoral de ese año figuran trece carpinteros muchos de ellos con lazos familiares como podemos intuir por la repetición de los apellidos. Volvemos a incidir en la idea de un aprendizaje y transmisión del oficio en el interior del núcleo familiar.
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Censo electoral de 1890, carpinteros de Torrecilla en Cameros. |
Sirva
como ejemplo de la tradición en el aprendizaje del oficio el de la familia San
Juan. Llegado a Torrecilla en Cameros a comienzos del siglo XVIII desde
Cornago, José San Juan y Villanueva
era un dorador y policromador de retablos que, como Manuel Mazo o Juan de
Rementería, eligió esta tierra por la abundancia del bol, un tipo de arcilla roja que necesitaban como producto para su trabajo
y que extraían de cuevas próximas como Cueva Lobrega. El oficio fue pasando de
padres a hijos y algún sobrino hasta que a mediados de siglo XIX, ya con la
mayoría de retablos de la zona finalizados, hubieron de reconvertir su saber
hacia una carpintería tradicional. En 1852 Fernando San Juan García-Olalla se
declara carpintero en la contribución anual, profesión que heredarán los dos
hijos varones, Pedro y Casimiro, que aparecen en el cuadro anterior. En 1902, Pedro
San Juan se anuncia en el diario La Rioja
como tornero.
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La Rioja, 23 de noviembre de 1902 |
Todos estos profesionales rurales de finales del siglo XIX van a ver transformar con el cambio de siglo su sector en las zonas urbanas hacia una mayor profesionalización e industrialización. Esta industrialización y estandarización de modelos abocará a la extinción casi total de estos pequeños negocios que fabricaban casi por encargo ya que no pueden competir con los precios que ofrecen las nuevas fábricas de muebles.
MUEBLES
CURVADOS VIENESES
Desde
el primer capítulo de esta serie venimos mencionado el término de muebles curvados, dando por supuesto su
conocimiento por parte del lector. La importancia de estos muebles radica además
de por ser el producto con el que arranca la industria del mueble en
Torrecilla, en que las sillas, quizás su producto estrella, van a estar
presentes durante prácticamente toda la vida de esta industria en Torrecilla en
Cameros asociando la localidad a su inconfundible imagen. Llegados a este
punto, aunque vimos unas pinceladas sobre este producto en artículos anteriores,
creo conveniente dedicar un apartado especial para hacernos una idea lo más
clara posible de que eran estos muebles curvados, también conocidos como de estilo Viena o vieneses y más tarde en España, como muebles valencianos.
La
técnica para curvar madera con la aplicación de calor, vapor y presión era
conocía quizás desde el Antiguo Egipto. A lo largo de los siglos, la técnica
fue adaptándose a las maderas disponibles y los productos finales buscados. En
nuestra tierra riojana, sirva de ejemplo aquellos viejos toneleros domando los
listones de roble humedecidos y calentados entorno a una fogata central que sujetos
mediante fuertes aros metálicos formaban las barricas para almacenar el vino
riojano.
Pero no
fue hasta el siglo XIX cuando, como en muchas otras materias, se desarrolló una
técnica industrial para curvar madera con la que fabricar muebles. Los listones
de madera, principalmente de haya, se introducían en el interior de calderas de
vapor durante un tiempo determinado. El material reblandecido y maleable por el
calor y la humedad se insertaba a continuación en moldes metálicos diseñados específicamente
para cada pieza, para que una vez enfriado y seco, adquiriese la forma deseada.
Por último se ensamblaban de forma muy simple mediante tornillos evitando así
los tradicionales y costosos sistemas de ensamblaje.
Decía
una publicación de la época como “en el
curvado se ve, como si, merced a un arte mágico, se puede dar a la madera, por
fuerte que sea, la forma y retorcedura que se quiera, haciéndola tomar las más
extrañas, y dejándola en tal condición de estabilidad y dura consistencia, que
ya no vuelve a recobrar su primitiva forma, consistiendo antes en romperse que
entender a la posición recta que antes tuvo”.
No hay
datos seguros del inventor de la técnica a nivel industrial, aunque los
historiadores no dudan en ubicarlo en los antiguos Imperios Alemán y Austrohúngaro.
La mayoría de los estudiosos atribuyen más bien que su invención, su difusión y
popularización, al ebanista alemán Michael Thonet (1796-1871), que establecido
en Viena junto a sus hijos, desarrolló la empresa Hermanos Thonet sobre 1853.
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Michael Thonet |
Michael
Thonet puso la técnica de curvado en valor, aplicándola a modernistas diseños y
la fabricación en serie de este tipo de muebles tan característicos y
reconocibles. En la cartera de sus clientes llegó a fabricar para el emperador
austriaco lo que le abrió camino a la popularización de sus productos. Entre
los productos destacados, las sillas y mecedoras fueron las más populares de su
época. Thonet tenía fábricas en casi todos los países del centro de Europa así
como establecimientos de venta en casi todas las capitales europeas, incluso de
América del Norte.
De
entre sus modelos patentados destacó la silla nº14, diseño de 1859 que todavía
hoy sigue comercializándose. Su simplicidad de diseño y economía la
convirtieron pronto en la silla más vendida del mundo. Sus seis piezas de
madera curvada, diez tornillos y dos tuercas, le conferían una facilidad de
montaje a la vez que un abaratamiento de costes al poder ser trasportada y
almacenada con el mínimo espacio.
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Silla nº 14 (1859), de Michael Thonet |
Este éxito inicial hizo que fueran surgiendo en años posteriores los competidores, primero en otras partes del Imperio Austrohúngaro y más tarde en Alemania, lo que dio fama a estos productos hasta el punto de empezar a ser conocidos como muebles de Viena, vieneses, estilo Viena e incluso estilo Thonet, en alusión al principal y más famoso productor del momento. Esta fama y popularización no tardó en alcanzar otros puntos fuera del centro de Europa, no será España una excepción.
MUEBLES
CURVADOS VALENCIANOS
La
industria del mueble fue considerada como una de las ramas industriales más
genuinas del levante español y sin duda de las más representativas de la propia
ciudad de Valencia y su entorno más próximo. La industria de la madera en
general, que incluía actividades tan diversas como serrerías, tonelerías, cajas
para frutas o elaboración de muebles, llegó a ocupar en sus mejores momentos en
tierras valencianas a cerca de 40.000 personas, aproximadamente la cuarta parte
del sector en España. Sin embargo, como en otros muchos lugares, en los últimos
años se ha visto muy disminuida por el cierre de fábricas, el traslado de otras
o su reconversión en simples tiendas comerciales para venta de productos
importados.
En
Valencia existía desde antaño una industria maderera tradicional asentada en
las márgenes del río Turia a través del cual se abastecía de materia prima
procedente de los bosques de su cabecera. Además del mueble tradicional y cajas
para el transporte de la fruta, era una zona en la que ya se conocía la vieja
técnica de curvar madera mediante calor y humedad para la fabricación de
toneles de vino, abanicos, instrumentos musicales o mesas de billar. Sin entrar
en fechas exactas, diremos que a mediados del siglo XIX comienzan en Valencia
los primeros talleres especializados exclusivamente en la fabricación de
muebles con maquinaria industrial accionada a vapor o fuerza hidráulica
(sierras y cepilladoras) y será en el último tercio de ese siglo cuando se
introduzca progresivamente la moda del mueble curvado vienés.
Si
antaño la cercanía al suministro de madera u cualquier otra materia prima,
había sido un factor determinante para que se desarrollara una industria
derivada de ella, con la mecanización de los procesos industriales este factor
pasa a un segundo plano. La existencia de un gran puerto en Valencia hacía
posible la importación a bajo coste de grandes cantidades de madera vía
marítima desde los bosques centroeuropeos, principalmente a través del puerto
de Trieste, entonces bajo el control del imperio de Austria-Hungría. Si en un
primer momento la cercanía de la madera en los montes próximos y el transporte
fluvial fueron los que arrancaron la industria maderera valenciana, sería la
incipiente industrialización la que la impulsaría a finales del XIX sin
importar la cada vez más escasa materia prima, incluso compensado esa
mecanización de los procesos el tener que importar la madera necesaria de
lejanos lugares.
Podemos
ver aquí en este proceso ciertas semejanzas con la industria textil camerana.
La pujante industria textil de Cameros en los siglos XIV al XVII se desarrolló
al calor de los grandes rebaños de ovejas merinas trashumantes que agostaban en
sus pueblos. La proximidad de la materia prima hizo que parte de la lana, en
vez de dedicarse al lucrativo negocio de la exportación para la fabricación de
paños, se emplease en la fabricación en proximidad de tejidos que dejaba buenos
rendimientos. A finales del siglo XVIII se mecanizan los telares en Inglaterra
y luego Bélgica o Italia, esta tecnología llega a España en el XIX. La
proximidad del suministro de materia prima, lana, lino u algodón, deja de ser
un factor principal en la cuenta de resultados del negocio frente a la gran
inversión que supone la puesta en marcha de esos ingenios mecánicos. Los nuevos
focos industriales se ubican en puntos con buenas vías de comunicación por ferrocarril
o barco, cada vez más veloces y capaces. Sirva de ejemplo la industria textil
británica que una vez instaladas sus plantas productoras va buscando la materia
prima en cualquier parte del mundo, algodón de EEUU e India, o lana de Nueva
Zelanda.
Ya
hemos visto en los capítulos introductorios como el origen de la industria de
muebles en Torrecilla en Cameros la podemos encuadrar en ese modelo más antiguo,
íntimamente relacionado con la proximidad de la materia prima en los montes
cameranos. En el caso que nos ocupa, la propiedad del monte de Rivabellosa en
manos de Alejandro Sáenz de Tejada actuó de motor de arranque de esta
industria.
Es
difícil establecer una fecha precisa para el comienzo del despegue de la
industria del mueble curvado valenciano así como el nombre exacto de sus
protagonistas. En diversas publicaciones se habla indistintamente de varios de
esos precursores, todos los cuales se atribuyeron en su día la paternidad de la
iniciativa como medida publicitaria. Si la paternidad fue discutida, no hay
duda que la puerta de entrada debió ser el puerto valenciano de El Grao que
propiciaba unas buenas relaciones comerciales con Austria-Hungría y por el que
debieron llegar diseños, obreros y material.
Los
contemporáneos Salvador Albacar Gil, Luis Suay, José Trobat, Ventura Feliú,
Joaquín Lleó o Feliciano Bartual se atribuían para sí la feliz iniciativa, y
sin duda fueron los más importantes empresarios del mueble por aquellos años.
Lo produjeron en serie, popularizaron y pusieron al alcance de la incipiente
sociedad burguesa española del cambio de siglo.
Aunque
las primeras series de baja calidad y difícil venta fueron destinadas a la
exportación a las colonias y América principalmente dado los bajos aranceles,
dos exposiciones regionales la de 1883, pero sobre todo a partir de la de 1909,
dieron a conocer y popularizaron el mueble curvado que se estaba fabricando en
Valencia. Decía la revista El Trabajo Nacional en 1900: “de pocos años ha entrado el gusto hasta en la clase media, en amueblar
el hogar con relativa riqueza y sobre todo con buen gusto. Para apreciar el
valor de estas iniciativas hay que tener en cuenta, la circunstancia de que en
los países meridionales como el nuestro, en que la naturaleza se presenta
exuberante de luz, no se estiman las galas del hogar tanto como en los países
nebulosos del norte”.
Estos
cambios en los gustos sociales, la mejor calidad del producto, así como la
mejora económica de la población en los núcleos urbanos industrializados provocaron
la popularización de esos muebles a la par sencillos, elegantes y no muy
costosos.
La
Memoria de la Inspección de Trabajo en Valencia de 1908 nos da datos de la
fábrica de Ventura Feliú que pueden dar una idea del funcionamiento de las principales
fábricas. Tenía 420 trabajadores, de los cuales eran 230 hombres, 160 mujeres y
30 niños. Se solía trabajar a destajo, siendo los tipos de jornal máximo, medio
y mínimo de hombres eran 4, 3 y 2,5 pesetas; y de mujeres y niños 1,75, 1,25 y
0,50 pesetas. Es decir, el salario máximo de una mujer nunca superaba el mínimo
de un hombre en una jornada laboral que por entonces era de 9 horas.
Las
condiciones de trabajo, ambientales e higiénicas no debían ser especialmente
agradables en aquellos años siendo frecuente la conflictividad laboral para
conseguir aumentos de salario, mejoras laborales y de las condiciones
higiénicas. En ese ambiente se desarrollaba simultáneamente el incipiente
movimiento obrero de carácter socialista o anarquista y la conciencia de clase
que se iba apareciendo entre esos primeros obreros industriales.
Para
1909 ya trabajaban en la industria del mueble en Valencia en torno a 10.000
obreros y al decir de los cronistas contemporáneos: “en algunos modelos supera a las manufacturas de Viena, que fue, como
ya sabemos su cuna”.
De los
pioneros mencionados, Salvador Albacar fue sin duda el más importante para
nuestra historia. Tenía una importante fábrica en el antiguo camino del puerto
valenciano desde 1897 que empleaba a más de 400 obreros. Fundó la denominada “Casa Albacar”, el primer taller
profesional para el aprendizaje del oficio de operario en la naciente industria
del mueble por cuyas dependencias pasaron y se formaron muchos de los futuros
empresarios. Entre estos aprendices del oficio que se formaron en los talleres
de Salvador Albacar debió estar Manuel Pascual Salcedo a tenor del testimonio
años después de Alejandro Sáenz de Tejada.
Tras el despegue inicial de la primera década del siglo XX, el aumento de la demanda provocada en gran parte por la falta de competencia tras la devastación de la industria europea por la I Guerra Mundial, supuso un catalizador para el sector y la creación de nuevas empresas. De los talleres de las grandes fábricas valencianas saldrían aprendices formados que se instalaron por su cuenta al calor de esa creciente demanda creando una gran red de industrias muebleras de diversos tamaños, algunos de ellos como meros suministradores de piezas intermedias a las grandes fábricas y otros, con la fabricación de un producto completo.
La expansión
fue enorme en las tres primeras décadas de siglo, junto al aumento de la
demanda se introducen innovaciones tecnológicas sobre todo la maquinaria
eléctrica que podía ser accionada por un solo motor, de tal manera que para
1930 la ciudad de Valencia tenía registradas nada menos que 234 ebanisterías,
78 fábricas de mueble tradicional y 18 fábricas de mueble curvado. Pero es que
el resto de la comarca contabilizaba 71 ebanisterías, 8 fábricas de muebles
tradicionales y 13 de muebles curvados. De este modo en la provincia de
Valencia se contabilizaban un total de 31 fábricas de muebles curvados.
A los
pioneros les fueron sucediendo con mayor o menor fortuna sus hijos. Para los
años 20 sólo quedaba en pié la de los hijos de Ventura Feliú, habiendo dejado
paso a una nueva generación de empresarios surgidos de entre los operarios de
aquellas primeras fábricas. Entre esta segunda generación de empresarios
valencianos dedicados al mueble curvado estaban los jóvenes Manuel Pascual
Salcedo y Juan Bautista Mocholí, establecidos por su cuenta en 1923 bajo la
denominación social Mocholi, Pascual i Cia,
una sociedad colectiva con un capital fundacional de 64.000 pesetas
Justamente
cuando se cumple un siglo del hecho, sobre las circunstancias de la llegada de
ambos a Torrecilla en Cameros en julio de 1924 profundizaremos en la siguiente
entrega de esta Historia del mueble
curvado en Torrecilla en Cameros.