En esta nueva entrada de torrecillacameros.blogspot.com no pretendemos hacer un extenso tratado sobre la salud pública en Torrecilla en Cameros a lo largo de los siglos, que bien daría para muchos y muy diversos temas y momentos. Podríamos hablar de epidemias, medidas sanitarias implementadas en cada caso, vida y obra de los profesionales médicos en cada momento o de los escasos, y muchas veces ineficaces medios sanitarios con los que contaba el Ayuntamiento de turno
Las diversas epidemias
fueron en Torrecilla recurrentes como en el resto de localidades en cualquier
época. Con anterioridad al siglo XVI es difícil precisar fechas y enfermedades
por escasear las fuentes escritas y más aún, escasez de una medicina fiable que
la mayoría de las veces daba ciertos nombres recurrentes a enfermedades
diversas con similares síntomas. Así no faltan las veces que en los archivos se
habla de la genérica peste cuando una
epidemia azotaba alguna localidad. Recordemos que la célebre peste negra que a
partir de 1347 y en apenas cinco años acabó con entre el 30 a 60% de la
población europea según diversas fuentes, poco tenía que ver con otras pestes históricas. Sirva de ejemplo la
denominada peste antonina que asoló
el Imperio Romano de Marco Aurelio entre el 165-180 y que por la descripción de
los síntomas que hizo el médico Galeno, bien pudiera ser viruela o sarampión. También
la peste ateniense que en el apogeo
de Atenas, acabó con su preponderancia y con la vida del mismo Pericles y que
estudios recientes atribuyen a fiebre tifoidea.
Es a partir del siglo
XVI cuando comienza a haber noticias escritas en los archivos torrecillanos
sobre diversos episodios epidémicos. Sin duda la primer y mejor documentada es
la peste de 1599-1600 que llegó como otras epidemias procedente de Francia a través de la ruta
jacobea, fuente de tránsito de individuos, siendo las localidades más afectadas la del valle del Ebro. Durante años se
sucederían episodios recurrentes de viruela, sarampión, tifus, cólera, gripe y
muchas otras que a buen seguro no se identificaron correctamente o se atribuían a alguna de las habituales de la zona.
Pero no vamos a hacer
una disertación de cada una de ellas o como las afrontó la villa y sus gentes
ya que como hemos dicho, no es ese el objeto de esta entrada. En la mayoría de las
veces la ciencia médica y los recursos materiales eran nulos o escasos. Valga como
ejemplo lo que se decía en el diario La
Rioja el 5 de octubre de 1918 con motivo de la epidemia de gripe que
asolaba el mundo por aquellas fechas: “Más
que evitar el contagio, si bien no estará de más el aislamiento de las
habitaciones, el aislamiento de enfermos y la desinfección de los locales
públicos, dícese que es importante ponerse en disposición de soportar la
enfermedad, lo que según recomiendan hoy, puede conseguirse con la sobriedad en
la alimentación, la abstención o moderación en los placeres, el aireamiento y
tranquilidad de ánimos. Con esto podrá el individuo, no preservarse del mal,
sino de su gravedad mortífera”. Así que, la fortaleza personal y la mayor o
menor fortuna, era la única medicina disponible.
En pleno siglo XXI pensábamos que el desarrollo científico-médico había llegado a su cumbre y que las epidemias de antaño eran cosa del pasado, pero la biología siempre nos sorprende. Inmersos como estamos en plena pandemia de Covid-19, nos sorprendió en un primer momento las medidas adoptadas en marzo de 2020 ante la incertidumbre que se abría. Palabras como confinamiento, distanciamiento social, prohibición de desplazamientos, cierres de municipios, nos sonaban como medidas drásticas, pero todas esas medidas no son nuevas. Durante siglos el aislamiento de enfermos en casas o en lazaretos extramuros, la prohibición de entrada en localidades de foráneos y hasta literalmente el tapiado de puertas en aquellas localidades que conservaban sus muralla medievales, fueron las medidas más usuales y que en gran medida no difieren mucho de las vistas en nuestros días. En este caso, estas medidas de distanciamiento han sido implementadas de otro modo y con la vista puesta en ganar tiempo confiando en que la ciencia hallase una vacuna y no simplemente en tratar de que el virus desaparezca naturalmente al no encontrar más huéspedes como antaño.
Y es este punto el
que motiva este pequeño artículo que, arrancando a finales del siglo XVIII,
pero sobre todo desde la segunda mitad del XX, diferencia la lucha contra
muchas de estas enfermedades infecciosas: las
vacunas.
A grandes rasgos, las
vacunas no son más que una preparación dispuesta para inocularse en el paciente
para generar una inmunidad adquirida frente a la enfermedad mediante la
estimulación de la producción por el cuerpo receptor de los anticuerpos
adecuados. De este modo, cuando el microorganismo causante de la enfermedad
entra en el cuerpo éste se encuentra entrenado, preparado y dispuesto con los
anticuerpos adecuados para identificarlo y derrotarlo. No vamos a hacer una
disertación de tipos de vacunas y su funcionamiento, tan de moda estos días en los medios de comunicación.
Cuando, cómo y a quién
se le ocurrió la idea de introducir algo en el cuerpo de un individuo sano para
preparar su sistema inmunitario es difícil establecerlo existiendo varios
antecedentes. Se comenta que en la China del siglo XV existía un procedimiento
de insuflar nasalmente polvo de pústulas molidas de pacientes que habían pasado
variantes leves de viruela. En la India se cubría a los niños con los ropajes
de enfermos de viruela que estaban impregnadas de las secreciones de sus pústulas.
En algunos lugares de África se practicaban incisiones en individuos sanos que
se frotaban con la piel de los enfermos.
En 1721, la
aristócrata, viajera y escritora inglesa Lady
Mary Montagu, informó a su regreso de uno de sus viajes que los turcos
tenían la costumbre de inocularse con pus de la viruela. Pese a los
inconvenientes y riesgos, pidió al doctor Charles Maitland que inoculase a su
hija de dos años. Pese a no recibir buenas críticas el método fue extendiéndose
y dándose a conocer entre los médicos.
El procedimiento consistía
en practicar incisiones en la piel a una persona sana que nunca hubiera
contraído la enfermedad a la que se le aplicaba el líquido de una pústula de
viruela de otra persona levemente enferma o al final del proceso infeccioso.
Esto por lo general conducía a un caso leve de viruela en el receptor que daría
como resultado la protección de la persona contra la viruela por el resto de su
vida. Desgraciadamente la técnica todavía no desarrollada
científicamente a veces acababa con la vida del inoculado entre un 2-3% de los
casos, pese a todo, muy por debajo del 20-30% de fallecimientos en los casos de
viruela habitual.
Avanzaba el siglo
XVIII con experimentos más o menos afortunados sobre la materia, siempre
vinculados con la viruela por ser una de las peores y más frecuentes
enfermedades que asolaban poblaciones enteras en episodios recurrentes. Sería
el médico rural inglés Edward Jennner en 1796 el que definitivamente estableció
las bases de la que ya podríamos denominar vacunación.
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Edwar Jenner y la vacunación de un niño |
En el medio rural existía una poco habitual variante de la viruela que afectaba al ganado vacuno menos virulenta que la humana. Sin embargo era contagiosa para los hombres a través del contacto con las pústulas en la piel de las vacas. Los granjeros y las recolectoras de leche que habían pasado la viruela vacuna pasaban una enfermedad leve y no se contagiaban con la variante humana.
Jenner tomó viruela
bovina de la pústulas de la mano de la granjera Sarah Nelmes e inoculó el fluido
mediante inyección en el brazo de un niño de ocho años, James Phipps que, como
era de esperar, desarrolló infección de viruela bovina. Cuarenta y ocho días
más tarde, después de que Phipps se hubiera recuperado completamente de la
enfermedad, el doctor Jenner le inyectó al niño la viruela humana, sin que desarrollara
síntomas de la enfermedad. Como la inoculación con la variante bovina era
mucho más segura que la inoculación con viruela humana, que como hemos visto
causaba entre un 2-3% de mortalidad en pacientes sanos, se prohibió esta última
paulatinamente.
Pero quizás lo más
innovador fue observar que los restos de este virus debilitado podía extraerse
de nuevo, ya no de una vaca, sino del primer inoculado y transmitirlo a otros
individuos en sucesivos procesos de vacunación. Obsérvese como con el transcurrir el tipo de ganado con el que habían partidos estos experimentos dio nombre a la sustancia, vacuna, y al proceso, vacunación.
El virus debilitado extraído
de individuos enfermos tenía poca vida fuera del cuerpo así que se antojaba difícil
su traslado a otras zonas para inocularlo en poblaciones distantes. Entre 1803
y 1806 se desarrolló, patrocinada por el propio rey Carlos VI, la denominada
Real Expedición Filantrópica de la
Vacuna o también conocida como expedición Balmis, en honor del médico Francisco
Javier Balmis que dirigía la expedición. El objetivo era que la nueva vacuna de
la viruela alcanzase todos los rincones del imperio español en América y
Filipinas. El cargamento, por denominarlos de alguna manera, eran 22 niños
huérfanos y sanos en los que cada 8-10 días se pasaba el virus de uno a otro
hasta llegar al destino. Pese a lo que pueda parecer el trato con ellos debía ser exquisito dado
lo valiosos que llevaban consigo. La expedición regreso a España cumpliendo sus
objetivos. El propio Edward Jenner escribiría sobre ella: “No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un
ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este.”
Recomiendo al lector que
tenga tiempo que escuche cualquiera de estos dos audios sobre esta expedición
para comprobar cómo, pese a su ya declive político y económico, España seguía en
los puestos de honor de la ciencia.
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https://www.ivoox.com/77-balmis-la-expedicion-vacuna-audios-mp3_rf_67945845_1.html
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https://www.ivoox.com/reedicion-43-la-operacion-balmis-expedicion-audios-mp3_rf_49063986_1.html
Y si la falta de
tiempo lo impide, el siguiente vídeo resume muy bien todo lo expuesto
anteriormente.
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https://www.youtube.com/watch?v=52PgHf5CIjY
¿Pero este blog no está
dedicado a temas históricos de Torrecilla en Cameros?
Así es, y el objeto
de toda esta larga introducción es comprender el contenido de una breve carta
escrita por el médico torrecillano Juan López un 10 de octubre de 1804 y que
mientras no se demuestre lo contrario, es quizás el primer proceso de
vacunación que se dio en Torrecilla en Cameros.
Apenas una década
después de los primeros resultados de Jenner y a la par que se estaba
desarrollando la expedición Balmis, este anónimo y pionero doctor escribía
carta al Memorial Literario, publicación periódica de ciencias y artes,
relatando su experiencia pionera en procesos de vacunación, esta vez con el
virus del sarampión. La carta en si no da muchos detalles pero se entiende
perfectamente tras la lectura de todo lo anterior.
Pongamos en valor como estos primitivos médicos, de forma temeraria o calculada, con sus escasos medios, ponían en riesgo sus vidas y las de sus familiares en pos del avance científico y la salvaguarda de la vida de sus conciudadanos. Y sirva también para poner en valor como los actuales sanitarios siguen con su deber moral, poniendo su esfuerzo, salud y vidas al servicio de todos nosotros.
¡Cuidémonos! ¡Cuidémoslos!
MEMORIAL LITERARIO
BIBLIOTECA
PERIÓDICA DE CIENCIAS Y ARTES
NÚM.
XXX
Octubre,
día 30 (Año 1805). Cuarto trimestre.
H I G I E N E
Sres. Editores
del Memorial Literario.
Muy
Señores míos: el recíproco amor y solicito
cuidado con que cada uno de los
hombres se halla estrechamente obligado
a procurar la felicidad de sus semejantes, me mueve
a suplicar a Vmds, se sirvan insertar en su Periódico (si lo tuvieran
a bien) la observación siguiente:
Habiéndose manifestado en este año
una epidemia de sarampión maligno, del que han muerto algunos párvulos, y
puesto en grave peligro a los restantes, deseoso de
evitar estas catástrofes, y animado de la práctica del célebre Home, inoculé
a un hijo mío, de edad de cuatro años, y a otros
varios de esta vecindad, y no habiendo prendido el virus sarampioso más
que en dicho mi hijo, y en otro de Don Pedro Sáez; correspondieron los efectos
a mis deseos, pues lo pasaron con la mayor sencillez. Espero de su bondad
publiquen este ejemplo, para que sirva de estímulo a otros
profesores en tales casos, y para observar si por este medio se pueden
lograr los felices efectos que se han logrado con el
descubrimiento de la inoculación y vacunación de las viruelas naturales por ser en
ciertas circunstancias tan desoladoras, como lo han sido las
últimas.
Salud y respeto, y B. S. M.
Licdo. Dn. Juan López.
Torrecilla Cameros y Octubre l0 de 1804