No sabemos si ese traslado de residencia de Nalda a Torrecilla fue la causa o la consecuencia del negocio de aserrar madera que desarrollaba en el mencionado edificio de La Huesera en donde instalará dos sierras circulares. Pero alguien se podrá preguntar, cómo podemos afirmar tan rotundamente que, lo que hemos venido en denominar como Industria del mueble en Torrecilla en Cameros, nació en 1917 a partir de un simple aserradero para madera. En este capítulo vamos a dar respuesta a esa pregunta.
Llegado el
momento se deciden a dar una mayor dimensión al negocio, formalizando ante
notario la constitución de una sociedad mercantil en la que se integrará un
tercer socio. El día 25 de octubre de 1917, ante el notario Antonio Alaminos
García, comparecen los tres socios fundadores: Alejandro Sáenz de Tejada
Moreno, casado, propietario y residente en Torrecilla; Francisco Castells
García, suegro y cuñado del anterior, casado, propietario, Juez Municipal y
también residente en Torrecilla; y Enrique Camps Gómez, casado, comerciante,
vecino de Bilbao aunque residente temporal en Torrecilla. De Alejandro Sáenz de
Tejada y Francisco Castells ya dimos unas breves pinceladas biográficas en capítulos
precedentes, pero el tercero de ellos, Enrique Camps, nos es todavía un desconocido
en gran medida. Veremos como a nuestro juicio, y en base a los pocos datos
recopilados, pudo ser el gran ideólogo de todos estos negocios.
![]() |
Constitución de la sociedad "Sáenz de Tejada, Castells y Camps" (Firmas, 1917) |
Antes de
profundizar en este nuevo negocio que estaba próximo a iniciarse, regresemos a
la Estadística Industrial de la Provincia de Logroño de 1915 mencionada en el
capítulo anterior. En dicha estadística
se anota que venían funcionando hasta diez aserraderos de madera en años
anteriores en localidades cercanas como Villanueva, Ortigosa y Villoslada. En
estas tres localidades y sus aserraderos, coinciden dos factores que no se
habían dado, o más bien no se habían tenido en consideración en Torrecilla
hasta el momento. Por un lado una mayor abundancia de superficie arbolada,
sobre todo de especies susceptibles de aprovechamiento maderero como haya o
roble. Por el otro, el empleo de la fuerza motriz de los cauces fluviales que
pasan por estos municipios para el accionamiento mecánico de las sierras y
demás maquinaria, necesaria cuando el uso de la electricidad estaba todavía en
sus primeros momentos de desarrollo.
En cuanto a la abundancia
forestal, el término municipal torrecillano no muy extenso para la importante población
de la villa por esos años, debía sufrir en general una fuerte presión por el
uso de su suelo y en particular sus escasos recursos forestales. Una vista al
cuadro que acompaña nos muestra como en 1915 la densidad de población en
Torrecilla duplicaba al siguiente municipio que era Ortigosa y era casi diez
veces la de Villoslada o el vecino Nestares. Obviamente existirían fincas de
cultivo particulares ubicadas en términos municipales limítrofes, pero al
objeto que nos ocupa, hay que recordar que la mayoría de los montes de donde se
extraía la leña para los hogares eran del común del municipio, como Espinedo y
Serradero en el caso de Torrecilla, siendo gestionados por los respectivos
Ayuntamientos, a los cuales por tanto, sólo tenían acceso los habitantes de
cada uno de ellos. De este modo, localidades con términos municipales no muy
extensos y con escasas masas forestales sufrían una mayor presión de sus
habitantes por esos escasos recursos, mientras que otras de menor población y
mayor extensión forestal como las del alto Iregua, disfrutaban de una mayor
superficie forestal per cápita.
Seguro que en la
memoria de cada uno estará alguna de las historias que padres o abuelos nos
contaban como, una de las rutinas cotidianas era salir en busca de cualquier
bien que pudiese servir de combustible para encender el fuego del hogar
familiar, sin importar el tiempo invertido en ello ni la distancia a recorrer
por muy escasa que fuese la recompensa.
Si pudiésemos
asomarnos por una ventana y ver el paisaje de Torrecilla hace un siglo, nos
sorprenderíamos si lo comparásemos con la actualidad. Muchos de los frondosos
bosques que vemos hoy en día son consecuencia de repoblaciones llevadas a cabo
a lo largo del siglo XX, como por ejemplo la que se produjo a partir de 1942 en
Espinedo y Serradero tras el acuerdo suscrito por el Ayuntamiento y el servicio
estatal de montes del Estado. A ello se suma el abandono del medio rural por
sus habitantes desde los años 60 del siglo XX que ha borrado del paisaje gran parte de aquellas
antiguas parcelas abancaladas que sobre las faldas de los montes aprovechaban
los pequeños agricultores.
Son estos dos montes
comunales mencionados, el primero privativo de Torrecilla y el segundo
mancomunado con Nestares, los que contenían las mayores masas forestales del momento
y los que aparecen habitualmente en la documentación municipal. Sirva de
ejemplo de la importancia del monte Serradero o Moncalvillo, ambas
denominaciones se simultanean en la documentación, el que se plantean desde muy antiguo pleitos por
delimitar claramente los términos municipales con los municipios vecinos y el
uso de sus recursos. El de 1483 entre Torrecilla, Nestares, Castroviejo y
Rivabellosa, o el de 1559 que se dilucida pleito entre Pedroso, Torrecilla y
Nestares, pueden ser dos ejemplos de ello.
Era una riqueza
que debía ser protegida mediante unas ordenanzas de montes y la designación de
guardas pagados por el Ayuntamiento torrecillano, o Torrecilla y
Nestares como congozantes en el caso de Serradero. Abundan en el Archivo
Municipal los expedientes de denuncias por infracciones de estas ordenanzas de
montes, lo que muestra que pese al miedo a las multas la necesidad debía compensarlo.
Las solicitudes
de corta de árboles eran dirigidas al consistorio por los particulares, cuando
no, la mayoría de las veces eran enajenaciones del propio Ayuntamiento para
hacer frente a pagos o deudas. Así en 1837 la Diputación concede permiso para
la venta de los sotos de la Dehesa de Serradero para uniformar la Milicia
Nacional, o nuevamente en 1854, esta vez la Dehesa de Espinedo para el mismo
fin. Pero no vamos a entrar aquí en la gestión de los montes torrecillanos por
ser un tema demasiado extenso y ajeno al que nos ocupa.
Otro problema
que arrastraba Torrecilla con el uso del suelo y por lo tanto la escasez de
monte forestal era el uso extensivo de sus términos por la preeminente
ganadería trashumante. El Catastro de Ensenada en 1752 señala como había en
Torrecilla hasta 13.000 cabezas de ganado lanar trashumante. La decadencia de
la manufactura textil se vio acompañada por la caída de los rebaños debida a
esta crisis productora y a las dificultades que las continuas guerras de comienzos
del XIX supusieron para los ganaderos. En 1821 Mariano Antonio Manso de
Velasco, el mayor ganadero de la localidad, liquida su ganadería trashumante de
más de 5.000 cabezas. Ese hueco lo llenará en 1834 la ganadería de Isidro
Fraile de Tejada, pero a partir de ese momento será un continuo descenso hasta
su completa desaparición.
Esa primacía desde antaño del
uso ganadero de la tierra para pastos fue tornándose poco a poco
hacia la agricultura durante el siglo XIX, surgiendo los conflictos entre los
pocos ganaderos que quedaban, y los cada vez más pequeños agricultores, que
abandonados los oficios textiles se volcaban en la tierra como fuente de
sustento. De esta pugna entre agricultores y ganaderos son muestra varios expedientes municipales como los de 1779, 1850 ó 1862, para el reconocimiento y
apeo de pasadas, cañadas, cordeles y demás servidumbres a instancia de ganaderos
ante el intrusismo de propietarios que roturan ilegalmente estos bienes.
Junto a estas
roturaciones ilegales, estaban las que se hacían por enajenación de terrenos
municipales acuciadas las arcas municipales por las continuas dificultades
económicas. Si bien era un mal recurrente, la situación se agravó en extremo a
raíz de la Guerra de la Independencia. Ejércitos de ambos bandos de paso
exigiendo su manutención en especie y en metálico hicieron endeudarse todavía
más al municipio. En 1810 se subastaban además de las casas de la botica, la
Ventilla, la tienda, la alhóndiga o la escuela, en el término de El Bergal, 120
fanegas y 82 árboles. El precio del remate fue superior al de tasación lo que
puede mostrar la necesidad de terreno cultivable que había por esos años.
El aprovechamiento
de los cauces fluviales, el segundo aspecto que condiciona la no instalación de
industrias de transformación de la madera en Torrecilla hasta esas fechas,
había estado copado casi en exclusiva por su importante industria textil
durante todo el siglo XIX. Lavadero de lanas, tintes, batanes, cardadoras o
telares, sobre todo a partir de la mecanización iniciada sobre 1830, salpicaban
los márgenes de los ríos Iregua, San Pedro y Campillo. Si a ellos sumamos los
tres molinos harineros, los dos molinos papeleros y el necesario riego de
huertos y fincas, tenemos una fuerte presión sobre los recursos hídricos que
dejan poco margen para otros aprovechamientos.
Abundan en el
Archivo Municipal y judicial referencias a pleitos entre particulares por el aprovechamiento
de estos recursos hídricos en cuanto a su cantidad, antigüedad de derechos,
preeminencia por la posición o instalación de nuevas construcciones que habían
de usarlos. Estos pleitos se dan sobre todo en los años centrales del siglo
XIX, siendo a en los años finales la situación totalmente distinta. La industria textil
estaba prácticamente desaparecida, los molinos papeleros cerrados, y tan sólo
los molinos de harina y las primitivas instalaciones eléctricas usaban en
exclusiva el río Iregua. Entrando en el siglo XX, la presión ha disminuido de
tal forma que tan sólo el necesario riego de huertos y fincas, los molinos
harineros y la producción de electricidad explotan los cauces fluviales a su
paso por Torrecilla.
De igual modo,
otro aspecto en favor de ciertos municipios junto con la mayor extensión de su
jurisdicción está la naturaleza de sus masas forestales. Hayas y robles, las
especies más valoradas para la transformación y venta, necesitan suelos húmedos
y precipitaciones abundantes, y aunque esto no es impedimento en Torrecilla, no
abundaban a comienzos de siglo principalmente por todo lo comentado
anteriormente.
Además de por
otras posibles causas, es fundamentalmente por todos estos factores por los
que creemos que no surgió en Torrecilla hasta la fecha que nos encontramos de
1917 negocios similares a los que venían funcionando en otros municipios próximos.
En este nuevo negocio, el suministro de madera no era un problema para los
propietarios ni para la villa y sus habitantes ya que procederá de Rivabellosa,
un monte privativo de la familia Sáenz de Tejada.
Sin embargo,
podemos dejar constancia de quizás un precursor que hizo una breve introducción
en el negocio maderero. Se trataba del gran emprendedor torrecillano Doroteo
Romero que entre sus múltiples negocios como fabricante de caramelos, bizcochos,
chocolates, cal hidráulica o propietario de la central eléctrica, tuvo tiempo
para dedicarse a la venta de madera aserrada tal y como relata una serie de
anuncios publicados en La Rioja a
finales de 1901. Dado que no aparece
en la Matricula Industrial municipal de esos años como tal, no tenemos
constancia de que fuese un productor sino más bien un simple comercializador de
productos en ese momento puntual de su vida.
![]() |
La Rioja, 22 de noviembre de 1901 |
Mencionamos
brevemente el establecimiento de Santos González en Villanueva de Cameros que
seguirá un proceso similar al caso que nos ocupa. El primitivo aserradero se
convertirá paulatinamente en una fábrica de muebles pasado por periodos
intermedios de fabricación de diversos productos en madera. Así en la exposición regional de 1897 presenta
envases de madera para dulces y mantequillas, va cambiando de productos hasta
especializarse en sillas y tresillos, permaneciendo en funcionamiento hasta
1981.
Se estipula que
la compañía recién constituida habría de tener duración indeterminada mientras
durase la corta en el monte Coto Redondo de Rivabellosa de los hayedos
existentes superiores a 15 centímetros de diámetro a 1 metro de altura del
suelo. Recordemos que el monte era propiedad íntegra de los dos socios
principales y sus esposas por herencia paterna y por compra a sus primos del
resto en febrero de ese mismo año.
En cuanto a la
toma de decisiones, Alejandro Sáenz de Tejada asume la administración,
dirección y gerencia de la empresa, y en su ausencia o enfermedad, lo haría el
otro socio capitalista, dando así muestra de quién será el principal impulsor
de este y futuros negocios. Por su parte, Enrique Camps, solamente actuaría como
socio industrial del negocio en el que parece ya tenía cierta experiencia por
lo que se estipula: “aportará a la
compañía su trabajo personal, conocimientos y aptitud en el negocio que
aquellos se proponen explotar, ofreciendo emplearlos exclusivamente en
beneficio de la compañía con dedicación exclusiva a ella”.
En cuanto al
funcionamiento ordinario, fijan que cada socio disponga de 3.000 pesetas
anuales para gastos, siendo por cuenta de la empresa el alquiler de la fábrica,
los jornales, suministro eléctrico y demás gastos ordinarios de funcionamiento.
Se preveía a 31
de diciembre de cada año hacer un inventario y balance general del estado
económico de la compañía. Si de dicho balance se desprendían pérdidas, éstas
serían afrontadas por los dos socios capitalistas que estarían facultados para
acordar la disolución de la sociedad. Por el contrario, si había beneficios,
estos se repartirían por terceras partes iguales entre los tres socios siempre
y cuando superasen las 60.000 pesetas. Si no se llegaba a ese beneficio de
60.000 pesetas, de cualquier modo, Enrique Camps percibiría 20.000 pesetas.
Se puede pensar
que a Enrique Camps, socio industrial al que parece se le había conferido la
faceta comercial del negocio, se le aseguraba un mínimo fijo con independencia
de los beneficios obtenidos y una situación de ventaja frente a sus socios que
exponían su capital en caso de fracaso. Pero otras de las cláusulas de la
constitución de la Sociedad indica que no se podrían repartir beneficios hasta
que no se hubiese cubierto el capital social aportado (25.000 pesetas), los
gastos de gestión descritos como el alquiler
de la fábrica, entre otros, y 300.000 pesetas en concepto de madera (la mitad
para cada uno de los socios capitalistas). De este modo, Alejandro Sáenz de
Tejada y Francisco Castells se aseguraban antes de repartir beneficios con el
tercer socio, que sólo aportaba experiencia y nulo capital, un fijo de 150.000
pesetas cada uno por el suministro de la madera de su monte de Rivabellosa.
Además, Alejandro Sáenz de Tejada obtenía otra suma anual por el alquiler de la
fábrica de la que era propietario.
Con
independencia de la mayor o menor prosperidad del negocio, los cuñados y socios
capitalistas ponían en valor la fábrica de La Huesera y el monte de Rivabellosa
tratando de rentabilizar así su patrimonio. Veremos como esta venta de la
madera de Rivabellosa y el alquiler de la fábrica de La Huesera se repetirán en
las siguientes sociedades que se constituyan en años venideros, manteniendo
Alejandro Sáenz de Tejada y sus herederos la propiedad del edifico hasta el
traslado y cierre de la empresa en 1969, siendo quizás este, uno de los puntos
fundamentales sobre el que giró la toma de esa decisión.
Del
desenvolvimiento del negocio en esos primeros meses en funcionamiento no hay
datos concretos. La inversión realizada no debió ser muy costosa siendo tan
sólo las dos sierras circulares de 74 y 60 centímetros de diámetro para el
aserrado de troncos ya mencionadas y alguna que otra herramienta manual. A
mediados de 1919 la empresa publica varios anuncios en el diario La Rioja en el que se publicitan piezas
para arados y “cuantas piezas se deseen
para la agricultura”, en lo que parece un paso hacia la elaboración de
productos y conversión en un pequeño taller de carpintería.
![]() |
La Rioja, 10 de julio de 1918 |
![]() |
Partes de un arado |
Por supuesto además
del negocio que daba sus primeros pasos, todavía los dos socios principales
Alejandro Sáenz de Tejada y Francisco Castells seguían explotando el monte de
Rivabellosa como en tiempos precedentes. Vendían lotes de leña al mejor postor
y junto a ello la tradicional elaboración y venta de carbón tal y como
publicita La Rioja en anuncios como
los que acompañan.
![]() |
La Rioja, 2 de diciembre de 1917 |
![]() |
La Rioja, 21 de febrero de 1919 |
Poco más sabemos
del devenir de este negocio poco rentable para los socios, que ausente de la
Matrícula Industrial de 1918 y 1919 nos indica un temprano cierre. Durante ese año
de 1919, de forma planificada o visto la poca rentabilidad del negocio,
debieron tomar la decisión más importante y arriesgada. En Torrecilla, como en
cualquier localidad de su tamaño, existían pequeños talleres carpinteros orientados
al abastecimiento de rudimentarios muebles para satisfacer las necesidades
locales y comarcales, incluso la fábrica de sillas y tresillos de Santos González
en Villanueva, pero nada se parecía a lo que estaba en la mente de Alejandro
Sáenz de Tejada y sus socios. Se decidió la transformación integral del precario
aserradero y taller de carpintería en una nueva, completa y gran industria para
la elaboración de muebles curvados desconocida hasta la fecha en el lugar.