Un repaso a la historia, vida y tradiciones de nuestros antepasados.

domingo, 14 de marzo de 2021

La industria del mueble en Torrecilla en Cameros (VII): "Sáenz de Tejada, Castells y Camps"

Habíamos dejado la narración del capítulo anterior haciendo notar que, la creencia extendida en Torrecilla sobre la fundación de la fábrica de muebles por Salcedo y Mocholí en 1924 distaba de ser cierta. Mencionamos como a lo largo de 1917 Alejandro Sáenz de Tejada Moreno y su familia, uno de los hombres más importantes económica y socialmente del valle medio del Iregua, se instalaron en Torrecilla procedentes de Nalda. Junto con su mujer, hermana y cuñado, era copropietario de la aldea y monte de Rivabellosa con más de 1.100 hectáreas. Era propietario además de diversas fincas rústicas y urbanas entre las que estaba la antigua fábrica de papel de La Huesera construida en 1839 y denominada en diversas escrituras  de los “Señores Sáenz de Tejada y Sorzano”.

No sabemos si ese traslado de residencia de Nalda a Torrecilla fue la causa o la consecuencia del negocio de aserrar madera que desarrollaba en el mencionado edificio de La Huesera en donde instalará dos sierras circulares. Pero alguien se podrá preguntar, cómo podemos afirmar tan rotundamente que, lo que hemos venido en denominar como Industria del mueble en Torrecilla en Cameros, nació en 1917 a partir de un simple aserradero para madera. En este capítulo vamos a dar respuesta a esa pregunta.

Será la primera de las tres partes en las que dividiremos ese transitar entre los años 1917 y 1924  para ver como este aserradero local se transformó, en un proceso nada sencillo, en una auténtica fábrica de los por entonces llamados muebles curvados. Descubriremos las tres sociedades que progresivamente van a ir aumentando en tamaño y capital hasta constituir una verdadera industria de fabricación de muebles.


VII. - "Sáenz de Tejada, Castells y Camps"


Ya vimos como a lo largo de 1917 Alejandro Sáenz de Tejada venía usando la vieja fábrica de papel de La Huesera como un pequeño aserradero de madera para dar salida a parte de la producción maderera procedente de Rivabellosa que gestionaba junto con su cuñado y suegro Francisco Castells García. No debía ser un negocio muy pretencioso más allá de la demanda local y comarcal, contando sólo con dos sierras circulares.

Llegado el momento se deciden a dar una mayor dimensión al negocio, formalizando ante notario la constitución de una sociedad mercantil en la que se integrará un tercer socio. El día 25 de octubre de 1917, ante el notario Antonio Alaminos García, comparecen los tres socios fundadores: Alejandro Sáenz de Tejada Moreno, casado, propietario y residente en Torrecilla; Francisco Castells García, suegro y cuñado del anterior, casado, propietario, Juez Municipal y también residente en Torrecilla; y Enrique Camps Gómez, casado, comerciante, vecino de Bilbao aunque residente temporal en Torrecilla. De Alejandro Sáenz de Tejada y Francisco Castells ya dimos unas breves pinceladas biográficas en capítulos precedentes, pero el tercero de ellos, Enrique Camps, nos es todavía un desconocido en gran medida. Veremos como a nuestro juicio, y en base a los pocos datos recopilados, pudo ser el gran ideólogo de todos estos negocios.

Constitución de la sociedad "Sáenz de Tejada, Castells y Camps" (Firmas, 1917)

Antes de profundizar en este nuevo negocio que estaba próximo a iniciarse, regresemos a la Estadística Industrial de la Provincia de Logroño de 1915 mencionada en el capítulo anterior.  En dicha estadística se anota que venían funcionando hasta diez aserraderos de madera en años anteriores en localidades cercanas como Villanueva, Ortigosa y Villoslada. En estas tres localidades y sus aserraderos, coinciden dos factores que no se habían dado, o más bien no se habían tenido en consideración en Torrecilla hasta el momento. Por un lado una mayor abundancia de superficie arbolada, sobre todo de especies susceptibles de aprovechamiento maderero como haya o roble. Por el otro, el empleo de la fuerza motriz de los cauces fluviales que pasan por estos municipios para el accionamiento mecánico de las sierras y demás maquinaria, necesaria cuando el uso de la electricidad estaba todavía en sus primeros momentos de desarrollo.

En cuanto a la abundancia forestal, el término municipal torrecillano no muy extenso para la importante población de la villa por esos años, debía sufrir en general una fuerte presión por el uso de su suelo y en particular sus escasos recursos forestales. Una vista al cuadro que acompaña nos muestra como en 1915 la densidad de población en Torrecilla duplicaba al siguiente municipio que era Ortigosa y era casi diez veces la de Villoslada o el vecino Nestares. Obviamente existirían fincas de cultivo particulares ubicadas en términos municipales limítrofes, pero al objeto que nos ocupa, hay que recordar que la mayoría de los montes de donde se extraía la leña para los hogares eran del común del municipio, como Espinedo y Serradero en el caso de Torrecilla, siendo gestionados por los respectivos Ayuntamientos, a los cuales por tanto, sólo tenían acceso los habitantes de cada uno de ellos. De este modo, localidades con términos municipales no muy extensos y con escasas masas forestales sufrían una mayor presión de sus habitantes por esos escasos recursos, mientras que otras de menor población y mayor extensión forestal como las del alto Iregua, disfrutaban de una mayor superficie forestal per cápita.

La subsistencia no sólo de Torrecilla, sino de cualquier población del momento, pasaba por la necesaria roturación de terrenos para el uso agrícola y ganadero. Pero la roturación de tierras es difícilmente compatible con el tercer uso de la tierra, el aprovechamiento de sus recursos forestales. La madera, el carbón elaborada con ella y hasta el último zatorro, se antojaban útiles como el necesario combustible de los hogares domésticos que debían permanecer encendidos prácticamente durante todo el día cómo único medio de elaboración de los alimentos y precario sistema de calefacción en los largos meses invernales. En torno a 400 viviendas consumiendo diariamente kilos y kilos de leña, lentamente reemplazables por la propia naturaleza, nos puede dar idea de la importancia de este bien y de la necesaria buena gestión que de los  montes públicos debía hacer el Ayuntamiento.

Seguro que en la memoria de cada uno estará alguna de las historias que padres o abuelos nos contaban como, una de las rutinas cotidianas era salir en busca de cualquier bien que pudiese servir de combustible para encender el fuego del hogar familiar, sin importar el tiempo invertido en ello ni la distancia a recorrer por muy escasa que fuese la recompensa.

Si pudiésemos asomarnos por una ventana y ver el paisaje de Torrecilla hace un siglo, nos sorprenderíamos si lo comparásemos con la actualidad. Muchos de los frondosos bosques que vemos hoy en día son consecuencia de repoblaciones llevadas a cabo a lo largo del siglo XX, como por ejemplo la que se produjo a partir de 1942 en Espinedo y Serradero tras el acuerdo suscrito por el Ayuntamiento y el servicio estatal de montes del Estado. A ello se suma el abandono del medio rural por sus habitantes desde los años 60 del siglo XX que ha borrado del paisaje gran parte de aquellas antiguas parcelas abancaladas que sobre las faldas de los montes aprovechaban los pequeños agricultores.

Son estos dos montes comunales mencionados, el primero privativo de Torrecilla y el segundo mancomunado con Nestares, los que contenían las mayores masas forestales del momento y los que aparecen habitualmente en la documentación municipal. Sirva de ejemplo de la importancia del monte Serradero o Moncalvillo, ambas denominaciones se simultanean en la documentación, el que se plantean desde muy antiguo pleitos por delimitar claramente los términos municipales con los municipios vecinos y el uso de sus recursos. El de 1483 entre Torrecilla, Nestares, Castroviejo y Rivabellosa, o el de 1559 que se dilucida pleito entre Pedroso, Torrecilla y Nestares, pueden ser dos ejemplos de ello.

Era una riqueza que debía ser protegida mediante unas ordenanzas de montes y la designación de guardas pagados por el Ayuntamiento torrecillano, o Torrecilla y Nestares como congozantes en el caso de Serradero. Abundan en el Archivo Municipal los expedientes de denuncias por infracciones de estas ordenanzas de montes, lo que muestra que pese al miedo a las multas la necesidad debía compensarlo.

Las solicitudes de corta de árboles eran dirigidas al consistorio por los particulares, cuando no, la mayoría de las veces eran enajenaciones del propio Ayuntamiento para hacer frente a pagos o deudas. Así en 1837 la Diputación concede permiso para la venta de los sotos de la Dehesa de Serradero para uniformar la Milicia Nacional, o nuevamente en 1854, esta vez la Dehesa de Espinedo para el mismo fin. Pero no vamos a entrar aquí en la gestión de los montes torrecillanos por ser un tema demasiado extenso y ajeno al que nos ocupa.

Otro problema que arrastraba Torrecilla con el uso del suelo y por lo tanto la escasez de monte forestal era el uso extensivo de sus términos por la preeminente ganadería trashumante. El Catastro de Ensenada en 1752 señala como había en Torrecilla hasta 13.000 cabezas de ganado lanar trashumante. La decadencia de la manufactura textil se vio acompañada por la caída de los rebaños debida a esta crisis productora y a las dificultades que las continuas guerras de comienzos del XIX supusieron para los ganaderos. En 1821 Mariano Antonio Manso de Velasco, el mayor ganadero de la localidad, liquida su ganadería trashumante de más de 5.000 cabezas. Ese hueco lo llenará en 1834 la ganadería de Isidro Fraile de Tejada, pero a partir de ese momento será un continuo descenso hasta su completa desaparición.

Esa primacía desde antaño del uso ganadero de la tierra para pastos fue tornándose poco a poco hacia la agricultura durante el siglo XIX, surgiendo los conflictos entre los pocos ganaderos que quedaban, y los cada vez más pequeños agricultores, que abandonados los oficios textiles se volcaban en la tierra como fuente de sustento. De esta pugna entre agricultores y ganaderos son muestra varios expedientes municipales como los de 1779, 1850 ó 1862, para el reconocimiento y apeo de pasadas, cañadas, cordeles y demás servidumbres a instancia de ganaderos ante el intrusismo de propietarios que roturan ilegalmente estos bienes.

Junto a estas roturaciones ilegales, estaban las que se hacían por enajenación de terrenos municipales acuciadas las arcas municipales por las continuas dificultades económicas. Si bien era un mal recurrente, la situación se agravó en extremo a raíz de la Guerra de la Independencia. Ejércitos de ambos bandos de paso exigiendo su manutención en especie y en metálico hicieron endeudarse todavía más al municipio. En 1810 se subastaban además de las casas de la botica, la Ventilla, la tienda, la alhóndiga o la escuela, en el término de El Bergal, 120 fanegas y 82 árboles. El precio del remate fue superior al de tasación lo que puede mostrar la necesidad de terreno cultivable que había por esos años.

El aprovechamiento de los cauces fluviales, el segundo aspecto que condiciona la no instalación de industrias de transformación de la madera en Torrecilla hasta esas fechas, había estado copado casi en exclusiva por su importante industria textil durante todo el siglo XIX. Lavadero de lanas, tintes, batanes, cardadoras o telares, sobre todo a partir de la mecanización iniciada sobre 1830, salpicaban los márgenes de los ríos Iregua, San Pedro y Campillo. Si a ellos sumamos los tres molinos harineros, los dos molinos papeleros y el necesario riego de huertos y fincas, tenemos una fuerte presión sobre los recursos hídricos que dejan poco margen para otros aprovechamientos.

Abundan en el Archivo Municipal y judicial referencias a pleitos entre particulares por el aprovechamiento de estos recursos hídricos en cuanto a su cantidad, antigüedad de derechos, preeminencia por la posición o instalación de nuevas construcciones que habían de usarlos. Estos pleitos se dan sobre todo en los años centrales del siglo XIX, siendo a en los años finales la situación totalmente distinta. La industria textil estaba prácticamente desaparecida, los molinos papeleros cerrados, y tan sólo los molinos de harina y las primitivas instalaciones eléctricas usaban en exclusiva el río Iregua. Entrando en el siglo XX, la presión ha disminuido de tal forma que tan sólo el necesario riego de huertos y fincas, los molinos harineros y la producción de electricidad explotan los cauces fluviales a su paso por Torrecilla.

De igual modo, otro aspecto en favor de ciertos municipios junto con la mayor extensión de su jurisdicción está la naturaleza de sus masas forestales. Hayas y robles, las especies más valoradas para la transformación y venta, necesitan suelos húmedos y precipitaciones abundantes, y aunque esto no es impedimento en Torrecilla, no abundaban a comienzos de siglo principalmente por todo lo comentado anteriormente.

Además de por otras posibles causas, es fundamentalmente por todos estos factores por los que creemos que no surgió en Torrecilla hasta la fecha que nos encontramos de 1917 negocios similares a los que venían funcionando en otros municipios próximos. En este nuevo negocio, el suministro de madera no era un problema para los propietarios ni para la villa y sus habitantes ya que procederá de Rivabellosa, un monte privativo de la familia Sáenz de Tejada.

Sin embargo, podemos dejar constancia de quizás un precursor que hizo una breve introducción en el negocio maderero. Se trataba del gran emprendedor torrecillano Doroteo Romero que entre sus múltiples negocios como fabricante de caramelos, bizcochos, chocolates, cal hidráulica o propietario de la central eléctrica, tuvo tiempo para dedicarse a la venta de madera aserrada tal y como relata una serie de anuncios publicados en La Rioja a finales de 1901. Dado que no aparece en la Matricula Industrial municipal de esos años como tal, no tenemos constancia de que fuese un productor sino más bien un simple comercializador de productos en ese momento puntual de su vida.

La Rioja, 22 de noviembre de 1901

El siguiente cuadro recoge los diez establecimientos de transformación de madera o aserraderos que funcionaban en la zona según la estadística industrial de 1915.

Esta estadística incompleta no recoge todos los municipios cameranos, aunque la podemos completar con el también mencionado Anuario de la Provincia de Logroño del mismo año. Sin irnos a localidades próximas de los valles del Leza o Najerilla, por ejemplo en Lumbreras, había otros dos establecimientos de aserrar maderas, el de Deogracias Martínez y Cecilio Muro que no constan en la primera publicación.

Mencionamos brevemente el establecimiento de Santos González en Villanueva de Cameros que seguirá un proceso similar al caso que nos ocupa. El primitivo aserradero se convertirá paulatinamente en una fábrica de muebles pasado por periodos intermedios de fabricación de diversos productos en madera.  Así en la exposición regional de 1897 presenta envases de madera para dulces y mantequillas, va cambiando de productos hasta especializarse en sillas y tresillos, permaneciendo en funcionamiento hasta 1981.


Veamos cómo fue el proceso de formación de este nuevo negocio maderero en Torrecilla en Cameros que acababa de nacer aquel 1917. En la escritura de constitución declaran: “tener convenido desde hace tiempo constituirse en Compañía Mercantil Regular Colectiva bajo determinados pactos para la explotación forestal al objeto de dedicarse al negocio de la madera para aserrarla y venderla en las distintas plazas”. Fijan la denominación social como “Sáenz de Tejada, Castells y Camps”, el domicilio de la empresa en Torrecilla y un capital social inicial de 25.000 pesetas aportadas por partes iguales por los dos socios capitalistas Alejandro Sáenz de Tejada y su cuñado Francisco Castells García. Pero, además de por la materia prima disponible en las tierras de su propiedad, ¿por qué se decidieron por un aserradero de madera, como hemos visto, negocio poco conocido hasta la fecha en Torrecilla en Cameros?

Se estipula que la compañía recién constituida habría de tener duración indeterminada mientras durase la corta en el monte Coto Redondo de Rivabellosa de los hayedos existentes superiores a 15 centímetros de diámetro a 1 metro de altura del suelo. Recordemos que el monte era propiedad íntegra de los dos socios principales y sus esposas por herencia paterna y por compra a sus primos del resto en febrero de ese mismo año.

En cuanto a la toma de decisiones, Alejandro Sáenz de Tejada asume la administración, dirección y gerencia de la empresa, y en su ausencia o enfermedad, lo haría el otro socio capitalista, dando así muestra de quién será el principal impulsor de este y futuros negocios. Por su parte, Enrique Camps, solamente actuaría como socio industrial del negocio en el que parece ya tenía cierta experiencia por lo que se estipula: “aportará a la compañía su trabajo personal, conocimientos y aptitud en el negocio que aquellos se proponen explotar, ofreciendo emplearlos exclusivamente en beneficio de la compañía con dedicación exclusiva a ella”.

En cuanto al funcionamiento ordinario, fijan que cada socio disponga de 3.000 pesetas anuales para gastos, siendo por cuenta de la empresa el alquiler de la fábrica, los jornales, suministro eléctrico y demás gastos ordinarios de funcionamiento.

Se preveía a 31 de diciembre de cada año hacer un inventario y balance general del estado económico de la compañía. Si de dicho balance se desprendían pérdidas, éstas serían afrontadas por los dos socios capitalistas que estarían facultados para acordar la disolución de la sociedad. Por el contrario, si había beneficios, estos se repartirían por terceras partes iguales entre los tres socios siempre y cuando superasen las 60.000 pesetas. Si no se llegaba a ese beneficio de 60.000 pesetas, de cualquier modo, Enrique Camps percibiría 20.000 pesetas.

Se puede pensar que a Enrique Camps, socio industrial al que parece se le había conferido la faceta comercial del negocio, se le aseguraba un mínimo fijo con independencia de los beneficios obtenidos y una situación de ventaja frente a sus socios que exponían su capital en caso de fracaso. Pero otras de las cláusulas de la constitución de la Sociedad indica que no se podrían repartir beneficios hasta que no se hubiese cubierto el capital social aportado (25.000 pesetas), los gastos de gestión descritos  como el alquiler de la fábrica, entre otros, y 300.000 pesetas en concepto de madera (la mitad para cada uno de los socios capitalistas). De este modo, Alejandro Sáenz de Tejada y Francisco Castells se aseguraban antes de repartir beneficios con el tercer socio, que sólo aportaba experiencia y nulo capital, un fijo de 150.000 pesetas cada uno por el suministro de la madera de su monte de Rivabellosa. Además, Alejandro Sáenz de Tejada obtenía otra suma anual por el alquiler de la fábrica de la que era propietario.

Con independencia de la mayor o menor prosperidad del negocio, los cuñados y socios capitalistas ponían en valor la fábrica de La Huesera y el monte de Rivabellosa tratando de rentabilizar así su patrimonio. Veremos como esta venta de la madera de Rivabellosa y el alquiler de la fábrica de La Huesera se repetirán en las siguientes sociedades que se constituyan en años venideros, manteniendo Alejandro Sáenz de Tejada y sus herederos la propiedad del edifico hasta el traslado y cierre de la empresa en 1969, siendo quizás este, uno de los puntos fundamentales sobre el que giró la toma de esa decisión.

Del desenvolvimiento del negocio en esos primeros meses en funcionamiento no hay datos concretos. La inversión realizada no debió ser muy costosa siendo tan sólo las dos sierras circulares de 74 y 60 centímetros de diámetro para el aserrado de troncos ya mencionadas y alguna que otra herramienta manual. A mediados de 1919 la empresa publica varios anuncios en el diario La Rioja en el que se publicitan piezas para arados y “cuantas piezas se deseen para la agricultura”, en lo que parece un paso hacia la elaboración de productos y conversión en un pequeño taller de carpintería.

La Rioja, 10 de julio de 1918

Partes de un arado

Sin embargo, la ausencia de la empresa en la Matrícula Industrial de 1919 y 1920 nos puede indicar que el negocio no debió prosperar y estaba ya sin actividad al poco de su constitución. Recordemos las dificultades que atravesó la villa, la provincia y España en general ese otoño e invierno entre 1918 y 1919 con motivo de la epidemia de gripe vista en el número 138 de El Serradero y la existencia en la zona de otros aserraderos con mayor experiencia y clientela consolidada.

Por supuesto además del negocio que daba sus primeros pasos, todavía los dos socios principales Alejandro Sáenz de Tejada y Francisco Castells seguían explotando el monte de Rivabellosa como en tiempos precedentes. Vendían lotes de leña al mejor postor y junto a ello la tradicional elaboración y venta de carbón tal y como publicita La Rioja en anuncios como los que acompañan.

La Rioja, 2 de diciembre de 1917

La Rioja, 21 de febrero de 1919

Poco más sabemos del devenir de este negocio poco rentable para los socios, que ausente de la Matrícula Industrial de 1918 y 1919 nos indica un temprano cierre. Durante ese año de 1919, de forma planificada o visto la poca rentabilidad del negocio, debieron tomar la decisión más importante y arriesgada. En Torrecilla, como en cualquier localidad de su tamaño, existían pequeños talleres carpinteros orientados al abastecimiento de rudimentarios muebles para satisfacer las necesidades locales y comarcales, incluso la fábrica de sillas y tresillos de Santos González en Villanueva, pero nada se parecía a lo que estaba en la mente de Alejandro Sáenz de Tejada y sus socios. Se decidió la transformación integral del precario aserradero y taller de carpintería en una nueva, completa y gran industria para la elaboración de muebles curvados desconocida hasta la fecha en el lugar.