Un repaso a la historia, vida y tradiciones de nuestros antepasados.

lunes, 20 de mayo de 2024

La emigración camerana vista desde Argentina en 1912

Al hilo del último artículo publicado sobre la emigración americana de la familia Ibarra-Munilla desde Torrecilla en Cameros, traemos transcrito íntegramente el artículo publicado por el diario La Rioja el 3 de junio de 1912. 

En este extenso artículo se narra en primera persona como debió ser aquel proceso de emigración camerana en las décadas anteriores al gran fenómeno migratorio del cambio de siglo pasado (1880-1920). Sin duda es una narración idealizada, una más de las que sirvieron en aquellos momentos como reclamo y catalizador del enorme flujo migratorio que salió de los pueblos de la serranía riojana. Un fenómeno, el de la emigración, que si bien se había dado de forma natural y ordenada antaño, ahora tornaba tintes dramáticos.  


Vapor "Valvanera" (Compañía Pinillos y Cia.)

La Rioja, de 3 de junio de 1912

Desde Buenos Aires.

LOS CAMERANOS

El Diario Español, de Buenos Aires, publica un hermoso número extraordinario con pliegos enteros dedicados a diversas provincias de España. Entre ellos hay uno que trata de la provincia de Logroño y especialmente de la Sierra Camerana. Esta última parte la reproducimos a continuación:

La sierra de Cameros, más importante por su masa que por su altura, se encuentra, como saben quiénes han saludado la geografía de la península ibérica, en la parte meridional de la provincia de Logroño. Constituye el partido judicial de Torrecilla. Tiene muchos pueblos y aldeas, pero todos de escaso vecindario.

La emigración, una emigración consciente, razonada, metódica, que no acrecienta el hambre, sino que responde a la idiosincrasia de los serranos, a sus tradiciones de expansión, al instinto aventurero que les empuja a desparramarse por las cinco partes del mundo, impide que sus pequeñas poblaciones aumenten sus censos, según los progresos regulares, dependientes de las cifras de la natalidad.

La sierra de Cameros está como aislada del resto de la provincia. En la geografía étnica de España aparece tan circunscripta y limitada como en la geografía física. Sus habitantes se parecen poco a los riojanos de las tierras bajas, y menos aún a los sorianos que tienen tan cerca. Sierra Cebollera, el macizo de Piqueras y el Serradero, la rodean con sus altos picachos cubiertos de nieves, encerrándola y ofreciendo solamente a sus moradores salidas estrechas y difíciles.

La comarca camerana, es pues, abrupta, quebrada y montañosa. Su clima es frío, aunque muy sano. Hay en ella muchos yermos, porque la tierra agradece poco el trabajo del  hombre y se muestra ingrata con quien le dedica su esfuerzo. Sin embargo, produce trigo, centeno, semillas, legumbres, y sobre todo, muchas y magníficas patatas, tubérculo que forma la base del alimento de los cameranos.

En los bosques de esta serranía, en los robledales y encinares, en los “haídos” de hayas centenarias, si bien abundan los lobos y jabalíes, hay veranos que harían –y hacen en ocasiones- las delicias de los aficionados a la caza mayor.

Los pastos son sanos y abundantes. El ganado vacuno, cabrío, bovino y de cerda vive y engorda a sus anchas en los valles cameranos. Y esto no es de ahora. Los Archivos de la Asociación de Ganaderos, donde son guardadas curiosas documentaciones relativas al célebre Consejo de la Mesta, prueban que hace dos y tres siglos numerosas cabañas de ganadería trashumante, con miles de merinas y otras especies lanares, iban desde Extremadura a Cameros todos los veranos y regresaban a Cáceres, Badajoz y comarcas de Béjar cuando empezaban a caer las primeras nieves. Recuerdos de estas inmigraciones periódicas son los restos de muchos lavaderos de lanas y de algunas rudimentarias manufacturas textiles que aún pueden ser vistas en Ortigosa, Soto, Torrecilla y otros pueblos.

La región camerana, no obstante sus minas de hierro, sus cristales de roca y su abundancia en aguas, no es muy rica. Así lo reconocen sus habitantes, modelo de frugalidad, previsión y economía. Sin embargo, en ella no hay miserables. Los mendigos son raros y casi nunca proceden de alguna de las localidades del partido judicial. La causa de esto hay que buscarla en la emigración inteligente a que aludo más arriba.

Es un hecho que todo camerano sabe leer, escribir y contar. El analfabetismo fue hace mucho tiempo desterrado de esta tierra. Los municipios cameranos se esfuerzan, siguiendo una tradición que ninguno rompe, por que la enseñanza primaria sea lo más completa posible. No obstante, no podrían lograr el milagro que supone el hecho de que todo niño camerano mayor de diez años lea, escriba y conozca los principios elementales de la ciencia del cálculo, sin no les ayudase la iniciativa privada con fundaciones educativas que son orgullo de algunos pueblos.

Laguna, Soto, San Román y otras localidades, poseen grupos escolares modernos costeados con esplendidez, obra de cameranos ilustres, de emigrados como don José de la Cámara Moreno, que habiendo salido pobre y desvalido de su patria chica, y habiendo conseguido tras muchos años de rudísima batalla, triunfar en la vida y asegurarse la fortuna, se acordaron de los compatricios, de los “paisanines” sin medios para procurarles una base de cultura que les sirviera, el día de mañana, de arma de lucha, y dedicaron parte de sus capitales a la instalación de centros de enseñanza, con edificios propios, con material pedagógico de primer orden, con maestros capaces. Lo mismo hacen los hermanos señores Sáenz, residentes en la Argentina.

Gracias a los esfuerzos de los Municipios, y muy particularmente a las generosidades de cameranos opulentos y patriotas como los citados, la emigración camerana es cada vez más apta y digna de aprecio. Los muchachos que se van a Galicia, a Extremadura, a Andalucía a Cataluña y a América no son crisálidas de aventurerillos, son capullos de hombres ilustrados, conscientes, que no marchan a ciegas, que tienen un norte y una orientación y un destino.

En pocos años estos emigrantes, cuyas cualidades de adaptación son maravillosas, se abren paso en los medios más extraños a los suyos familiares y pueblerinos, y vencen a las circunstancias y sacan partido de los acontecimientos imprevistos y conquistan la soñada posición independiente, suprema ilusión de su niñez y adolescencia.

En Logroño, un camerano viejo y rico a quien fui presentado y al que interrogué sobre las particularidades más características de la región donde naciera, me dijo:

“Hoy las cosas han cambiado mucho. Pero en mis tiempos se emigraba de modo muy distinto. Cuando un muchachuelo cumplía los trece años y el maestro de instrucción primaria certificaba que sabía leer, escribir y contar, sus padres comenzaban a preocuparse de su suerte. No admitían ni por un momento que el rapaz se quedara en la sierra. Destinábanle a la emigración fructuosa que tantos beneficios ha hecho a la comarca. Y escribían al tío, al primo, al amigo que se fuera veinte o treinta años antes, y del que se sabía que había hecho fortuna, bien en el Mediodía de España, ya en la otra banda del Océano.

Decíanle que era preciso buscara al muchacho una colocación en alguna casa de comercio, fundada por cameranos, si era posible. Invocaban la solidaridad que debe unir a los nacidos en una misma tierra. Y rara vez no lograban el favor pedido.

Cuando llegaba la contestación favorable, la familia reuníase en consejo. Eran necesarios diez, veinte, cincuenta duros, según el punto a donde el muchacho debía ir. Y se ahorraba, se pedía prestado, se vendía alguna tierrecilla, o algún pequeño prado o unas fanegas de trigo guardado como oro en paño. Y se preparaba, de paso el equipo del emigrante.

Si el destino era en España, buscábase “corsario” que debiese partir para la ciudad andaluza o extremeña y se le confiaba al tierno vástago con el encargo expreso de entregarlo al patrón. Si era América a donde había de marchar el chico, se le enviaba primeramente a un puerto, en compañía de su padre o de alguna otra persona de peso y responsabilidad.

Ordinariamente el arriero llevaba diez o doce duros por el transporte del emigrante a su punto de destino. Había que aguardar al principio del invierno y rara vez salía de la sierra con cada “corsario” un muchacho solo. Reuníanse los rapaces de varios pueblos tras largas despedidas, con sus correspondientes lágrimas, besos, abrazos, exhortaciones y advertencias, buscaban a sus respectivos conductores y las caravanas compuestas de mulos cargados de paquetes –generalmente de encargos para cameranos residentes en las provincias del Oeste y del Sur de España- poníanse en camino para el puerto de Piqueras.

La travesía de éste era siempre muy penosa y demostraba a los muchachos que la nueva vida que comenzaban se anunciaba dura. Las primeras nieves hacían difícil la entrada de las recuas en la provincia de Soria. Hacía frío. Y los rapaces, mal abrigados con una capilla, marchaban animados al lado de los mulos pensando en el porvenir, hacia el que caminaban, y recordando cuanto habían oído de los triunfos de otros cameranos que salieran como ellos de la sierra y que en países remotos lograran dominar la suerte, hacerla su esclava y arrebatarle sus tesoros inagotables.

El viaje era largo y molesto. Comían en las ventas poco y mal. Dormían sobre los fardos que componían la carga de los mulos, o sobre los aparejos de éstos. Pasaban fríos, angustias, miserias. Pero no se preocupaban de ello, porque eran ya caballeros de un ensueño vago que tejía su velo con hilos de sol, porque una indomable voluntad y una risueña esperanza les aguijoneaban empujándoles hacia el mañana hosco y cerrado y misterioso como una esfinge.

Así marcharon de la sierra muchos cameranos hoy ilustres y poderosos. De las estepas de Laguna, donde pastorearon en sus primeros años, don Juan, don Martín y don Pablo Larios, salieron para Andalucía a fundar la gran casa: la casa por antonomasia que ha reinado y reina en Málaga, con sus prolongaciones de palacios, de fábricas y de ingenios de azúcar. De los montes de Nieva salió igualmente el fundador de la casa naviera Sáenz de Pinillos, famosa en Puerto Rico y Cuba, y cuya línea empieza a cimentarse en el Plata. De Brieva, el pueblecillo que no conociera durante siglos más alumbrado que las teas de pino, salieron Duro, el de la gran fábrica asturiana de la Felguera, y Bayo, el banquero matritense. De Villamueva era Arenzaana, más tarde compañero de Urquijo y título del Reino…

Recordaré, con permiso de usted, algunos nombres de cameranos. De Lumbreras, si no me equivoco, era don Pedro Sáenz de Codés, comerciante riquísimo de Valparaiso. De Nestares, el señor Montes, gran registrero bonaerense; don Gonzalo Sáenz, iniciador y gran introductor de la producción española en la Argentina. De Ortigosa don Simeón García, creador de fuertes casas comerciales en Galicia. De Ortigosa también Riva, que tiene una empresa de comisiones en Barcelona, y los Martínez, dueños de un gran comercio en una ciudad chilena. De Rabanera proceden los opulentos Heredia y Gómez de Málaga, y Teruel, establecidos en Sevilla. De Ajamil son Pablo Escolar, de Madrid, y su sobrino, los Lafuente, comerciantes de Trinidad, en Cuba. De Muro salieron los Ortiz, hoy peruanos millonarios, y los Lerdo, que dieron un presidente a la República mejicana.

Como los Larios, proceden de Laguna, don José de la Cámara Moreno, que se hizo rico en Méjico; los Gutiérrez de Rosario de Santa Fe; los Benito, de Málaga; Quemada, de Buenos Aires; Domínguez, de Cádiz; Jiménez sevillano de adopción. De Villoslada son Eladio Rodríguez, de Madrid, y los Echeverría, de Granada. De Pajares, los Carnicero, también de Granada, y de Almarza, los Arrieta, de Valparaiso.

Podría seguir citando, a docenas, cameranos ilustres que, saliendo pobres y niños de sus pueblecillos, lograron abrirse paso trabajando obstinadamente. ¡Cuántos habrá en la Argentina que debo limitarme a dejar representados por los citados! Y conste que no hablo de los que brillaron en la política, como Sagasta, o en la filosofía, como el padre Cámara, obispo de Salamanca. Me refiero exclusivamente a los que emigraron para dedicarse al comercio o a la industria.”

Seguramente, como digo, hay en la Argentina muchos cameranos. Cuando lean este modesto artículo recordarán sus nombres y sus valles, Camero Viejo y Camero Nuevo, el santuario de Valvanera, el de Santa Cruz del Monte, las amenas y rocosas orillas del Tirón, el Oja, el Najerilla, el Iregua, el Glera, el Cidacos y el Alhama, los bosques de hayas seculares, los prados en que muchos de ellos pasarían largas horas en su niñez, vigilando el ganado y pensando ya en la emigración decidida y resuelta, los robledales y encinares donde en las noches de invierno, cuando cae la nieve, rápida y muda, aúllan los lobos, las amplias y brumosas cocinas bien alumbradas por el fuego de la chimenea, donde se tratara de su porvenir, en graves consejos de familia.

Y al recordar todo esto convendrán conmigo en que la emigración camerana no se parece a ninguna otra; en que es un fenómeno perfectamente caracterizado, que obedece a razones de psicología colectiva, condicionadas por la tradición y el ambiente.


La Rioja, de 3 de junio de 1912